Durmiendo con ella.
Por Luís M. Villegas S. HSP.
Sentí su aliento delicado, con ese aroma tan especial, infantil, que tantas veces aspire cuando estaba a mi lado y en el oculto disfrute de su imagen, solo delineada por la escasa luz de nuestro cuarto, podía adivinar su bello rostro que con el reposo, perdía su dureza habitual. Mis manos tocaron sus senos pequeños por debajo de su camisa de dormir lo que la hizo moverse y sonreír complaciente pues conocía de mis caricias cuando dormía y sabía también que en silencio la adoraba. Una dulce sensación me invadió al sentir entre sus piernas la humedad previa al momento del amor, que me anunciaba el acceso al paraíso. Hundiéndome entre sus brazos rocé suavemente sus pezones morenos que respondieron intensamente a mis besos. Con pequeños gemidos reclamó mi presencia entre sus piernas, atrapándome entre ellas y exigiendo con sus talones la necesidad de ser amada. Con fuerza apretó mi pene que no terminaba de endurecerse, sacudiéndolo rítmicamente con fuerza y delicadeza a la vez, cambiando la intensidad en el vaivén y en el cerco de su mano, metió su lengua urgida en mi boca, llevándome a un estado cercano a la locura. Sin esperar más, lo atrajo a su vagina y haciendo con sus caderas movimientos circulares, simuló un remolino, retallándoselo en su entrada divina para, finalmente, clavárselo sin piedad, enmarcándose el momento con los gritos de placer de los dos, que para ese instante, ya éramos uno sólo.
Confundido en el éxtasis del placer, entré en ese extraño letargo en que caemos después del orgasmo, perdiendo casi el sentido en ese limbo bendito del que no quisiéramos salir. Poco a poco fui recuperando la conciencia y tentaleando la cama descubrí que no se encontraba a mi lado, por lo que la llamé pensando que estaba en el cuarto de baño. Ante la ausencia de respuesta, sobresaltado la llamé a grandes voces, comprendiendo al fin, la triste realidad…todo había sido un sueño. Desde su partida esos sueños recurrentes me atormentaban pues tal parecía que mi negativa a perderla, había encontrado en ese espacio onírico el lugar ideal para conservar nuestro amor, lejos de la hipocresía de la sociedad y de las familias que criticaron mi dependencia y entrega al menor de sus caprichos. Nada fue suficiente para mantenerla a mi lado, pues ella finalmente cedió a la presión y en la primera oportunidad, huyó con un desconocido que pasó por el pueblo y le ofreció llevársela de aquí. Tampoco valió gastar mis ahorros en tratar de encontrarla pues simplemente, se esfumó, llevándose consigo mis ilusiones y mis deseos de vivir.
Lleno de frustración me revolví en el lecho, dispuesto a seguir soñando con ella y apretando los ojos, húmedos por el llanto, poco a poco fui encontrando de nuevo el sueño y entre penumbras pude percibir el hermoso perfil de su rostro y su silueta desnuda reposando como antes, junto a mí. Algo extraño sucedió, pues no sentí su dulce vaho y su rostro mostraba una seriedad exagerada. Tratando de no incomodarla toqué suavemente su mejilla, advirtiendo con horror una frialdad anormal y una rigidez inusual en su cara. Su cuerpo engarrotado tenía una pierna levantada en forma grotesca exhibiéndola como un despojo, como si de repente, la muerte le hubiera sorprendido durmiendo. Me negué a encarar esa experiencia terrible que sentí como una desviación de la parte de mi ser que deseaba aceptar su pérdida y que yo, sabedor de que aún teníamos el espacio de mis sueños para estar juntos, volví a cerrar los ojos con todas mis fuerzas, poniendo mi mente en blanco y rezando porque todo fuera como antes y volviéramos a ser felices en esa casi total oscuridad en donde nos amamos intensamente, sin perturbar a nadie.
Algo pareció elevarme por encima de nuestro lecho de amor, pudiendo percibir a lo lejos el cuerpo yaciendo en la cama, sin forma, pero evidenciando por su posición que había abandonado su esencia terrenal. Fui descendiendo lentamente, en medio de ese éter de negrura hacia el resto inanimado, dispuesto a enfrentar por primera vez la realidad del fin de nuestro amor. En ese instante, todo quedo claro. Carente de asombro pude ver el rostro del ser que murió en el escenario de la pasión. Era el mío, que en una mueca sardónica parecía sonreír, con la vista perdida en el infinito, buscando el rastro de mi amada.
No todo está perdido, pues haciendo un gran esfuerzo, estoy casi seguro de poder volver a soñar.
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