SOLOS



Después de haber pensado en los pro y en los contra de una vez por todas tomó la decisión. Con rapidez alcanzó el techo del edificio, erguido en más de 300 metros. Arriba el viento golpeaba con frialdad. En el borde de la cornisa esperó pacientemente. Una hora, dos horas. Su cuerpo entumecido mandaba chispazos de aliento al cerebro donde los pensamientos avanzaban a la velocidad del metro, de estación en estación, se detenía lento a pensar en sus seres queridos, la herencia, él, el último bastión de una estirpe en extinción. Hijos, ninguno. Solo en esta vida. Solo frente al gran universo que se abría como un ojo de buey ante su mirada, una mirada tierna, suave, con algo de lágrimas como pidiendo ser comprendido. Del polvo vienes, en él te convertirás. Y si por esas cosas del destino algo o alguien hubiese cambiado la ruta que estaba sentenciada para él. Será verdad eso de la predestinación que sus ancestros le hablaron. La duda lo dominaba. Y sin más ni más se lanzó al vacío. El frío lo confundía, ya no sentía sus patas, menos su hermoso plumaje. La caída fue perfecta, el ángulo preciso, el sonido dibujado en el espejo celeste, amplio dominador del cielo alcanzó la velocidad prohibida, esa que según los grandes sabios está reservada para los elegidos.

Al pasar las horas y los días en la gran ciudad el silencio atrapó los rincones con su enternecedor bostezo. Un radioaficionado ya lo había comentado, y eso se hacía sentir en el ambiente.

Ya no quedan aves en esta urbe.

Desde entonces las noches escondieron sus estrellas. No han detenido su llanto. Del día ni hablar. Soledad. Silencio. Estamos solos.