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Inicio / Cuenteros Locales / juant / La heladera (encuentro con un viejo conocido)

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Tengo la (mala) costumbre de levantarme a la mitad de la noche a tomar un vaso de agua. He intentado dejarme un vaso de agua al lado de la cama, pero no, siempre me tengo que levantar, abrir la heladera, servirme un vaso y tomarlo en el camino a la cama. Esta costumbre nace de las noches que pasé durmiendo con mi abuela, estaba enferma y le costaba mucho moverse, entonces siempre me pedía a mí que le alcanzara un vaso de agua a la mitad de la noche (a falta de una noción única de cuándo es “la mitad de la noche”, digamos que alrededor de las cuatro de la mañana) y yo, por juguete, también me servía un vaso, que tomaba siguiendo su ritmo.

Este hábito volvió hace poco, un par de años después de mi divorcio, volvió el dormir solo y, quizás como todo mi ser buscó parecerse a quien era antes de casarme, esto también volvió.

Les cuento todo esto porque les quiero contar lo que me pasó hace dos noches.

Me levanté mecánicamente y fui hasta la heladera, noté lo quieta que estaba la ciudad esa noche, como si estuviéramos en la mitad de enero, donde todo el mundo huye hacia cualquier otro lado a buscar una paz que se niegan a buscar acá. Abrí la heladera y su frío y su blanco inundó mis poros, sacándome un poco de mi entumecimiento, sin lograr despertarme del todo porque la rutina ya cubría como miel mis sentidos hace tiempo, y todo no pasaba de un papel en una obra de teatro que ya había hecho hasta el hartazgo. Entre tanto frasco vacío o a medio terminar y frutas que siempre compro con la esperanza de crear un hábito saludable que casi siempre termino por no cumplir, se me dificultó encontrar la botella de agua.

Detrás de la botella, noté que algo se movía. Eso me sacó un poco de mi neblina mental y me obligó a enfocar un poco, salir del borroso mundo en que me encontraba para poder ver que ahí, en chiquito, estaba yo parado. No una estatua pequeña, sino yo, vivo moviéndome, gesticulando con las manos. Todavía confundido, noté que en el estante de arriba estaba yo también, pero eso yo no hacía lo mismo que el otro yo. No eran solo dos, había varios yo, hablando todos al mismo tiempo, moviéndose por toda la heladera rápido. Estaban todos usando un piyama celeste, el mismo que uso en invierno cuando el frío amenaza con resfriarme. Ninguno pareció notarme, estaban demasiado ocupados en sus tareas.

Estaba parado, un poco encorvado, sosteniendo la puerta de la heladera con una mano temblorosa, y sin negar que todo podía ser un sueño (y aprovechándome de eso) me puse a reconocerme entre tantos yo que había.

Uno parecía estar pensando, discutía en voz baja, formaba figuras con las manos, peleando con ideas que volaban de su mente y que ahuyentaba como a moscas. Su paso era lento, y apenas se daba cuenta de donde pisaba, por poco no chocaba con los tarros de mermeladas estaban en su circuito; al parecer, estaba discutiendo planes de trabajo.

Otro gritaba a todo pulmón, con cara de enojado, agitando los brazos, pasándose la mano por el pelo como buscando calmarse (como siempre busco calmarme) para después seguir gritando a nadie. Esa era mi ira expresándose.

Más abajo me encontré riéndome, con fuerzas, con ganas, me revolcaba por el piso y lloraba de la risa. Y muy cerca del risueño, estaba el tristón, llorando a pulmón abierto, con las mismas fuerzas y ganas que el otro lloraba. Estaban de espaldas el uno con el otro, como si no se pudieran reconocer, ajenos aunque eran uno.

Me vi también como niño, con otro piyama, de un rojo espantoso, que me había regalado una tía hace mil años. Estaba saltando entre los huevos, demasiado liviano para romperlos. De vez en cuando me caía, pero como si nada importante hubiera pasado, me paraba y escalaba otro huevo, para seguir saltando entre ellos en un jugueteo constante.

Eran casi todos calmos, tranquilos, apacibles, pero mis ojos se detuvieron con terror enfrente a uno de mis yo: me vi canoso, viejo, con la piel ganada por un gris calavérico, con grandes ojeras y piernas flacas, manos que no paraban quietas, llevándome una a la boca y la otra a la cintura a la altura del estómago, sirviéndole de apoyo a mi otro codo. También hablaba solo, pero gritaba cada tanto, golpeaba las paredes de la heladera con un puño y después seguía mirando perdido. Discutía mucho y se pegaba, con fuerza y sin piedad, en el estómago o en el pecho. De repente, se dio cuenta de mi presencia, y me miró fijo. En mi mente comenzaron a saltar preguntas y dudas que siempre tuve, repetidas incesantemente por mil voces, formando una masa donde casi no se distinguía cada palabra: “¿soy lo suficientemente bueno? ¿haces bien? ¿te valoran? ¿me querrá? ¿ llegaré a tiempo? ¿me darán las fuerzas? ¿estoy seguro? ¿no estaré siendo egoísta? ¿soy feliz? ¿qué busco? ¿qué quiero? ¿porqué lo quiero? ¿realmente la quieres? ¿realmente te quieres? ¿no te estará probando?”. Apenas podía pensar por tantas preguntas, que me atravesaban como lanzas tiradas desde todas direcciones, que pasaban sin tener tiempo para responder a ninguna de ellas. La cara de mis inseguridades, vista a la luz blanca de la heladera, era grotesca: la mandíbula estaba más pronunciada, los caninos resaltaban, mi pelo estaba hecho jirones.

Se alejó, sin dejar de mirarme fijo, y corrió para saltar hacia mí (sé que saltaría hacia mí, simplemente lo sé) pero cerré la puerta de la heladera con brusquedad. Sentí un golpe seco contra la puerta y después manotazos, de un sonido metálico, de mis inseguridades que querían salir para ganarme y poder controlarme.

Esa noche no pude dormir, lo que terminó de convencerme de que no fue todo un sueño. Me senté en la mesa, temblando y con un sudor frío recorriéndome la espina. No me moví hasta que tuve que ir a trabajar, ya de día.

Hoy pude dormir, pero ahora a las cuatro me levanté a tomar mi vaso de agua. Me aterra la sola idea de abrir la heladera. Por eso me senté a escribirles y contarles esto, porque quizás me ayude a olvidarme de anoche y poder encontrar la normalidad. Quizás.

Texto agregado el 08-04-2007, y leído por 541 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-04-2010 La idea es genial, solamente te sugeriría que corrijas algunos errores de atención (lloraba por reía, por ejemplo). Me gusta mucho. loretopaz
 
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