Lapidación
-¡El que esté libre de pecado que tire la primera piedra!
Y una andanada de peñascazos hizo blanco en el cuerpo de la pecadora, hasta acabar con su triste existencia.
Luego los idiotas se dieron vuelta y se dirigieron con sus pasos vacilantes a sus respectivas chozas para buscar en sus deshojados diccionarios el significado de la palabra pecado…
Acaso fue un vano sacrificio
Antes que su cabeza se bamboleara sobre el delgado cuello para caer exánime sobre su pecho, el sacrificado esbozó una sonrisa que se confundió con los surcos de sangre que le pintarrajeaban con dramatismo su rostro famélico. Antes que su alma se rindiera, para provocar el desgarrado llanto de su madre, el hombre recordó su misión y pensó, para sí, que su cuerpo escarnecido y torturado era el canje justo por una humanidad que, desde ese mismo momento, se libraría de sus pecados. Cuando su alma estaba a punto de emprender el vuelo, se imagino a millones de seres gentiles sembrados sobre las cicatrices de la tierra, cosechando los dones de su espíritu, manos de diversa estirpe imprimiendo sus huellas sobre la palma de sus semejantes, para estrecharse luego en un gesto de amor y de hermandad, amor, amor mucho mas allá del concepto, ramificándose como prodigiosa enredadera, de corazón a corazón, libre el hombre de la vanidad y del pecado, del rencor y de la avaricia y de todos los males, por los siglos de los siglos… y entrego su confiada alma a los sagrados designios…
El árbol, el espectro y el torturado
De resinosa y negra contextura, cual gigante oscuro, dominando el horizonte, aquel cedro en el cual un enamorado, ser inquebrantable en su amor, fue rechazado y seducido por ese monstruo aciago y sarmentoso, buscó una cuerda y se colgó del cuello. Un pájaro lúgubre picoteó las cuencas del infeliz para tragarse sus dos uvas de luz y satisfecho y agradecido, dibujó una cruz en ese duro tronco.
Estigmatizado por aquel triste suceso, el árbol se ennegreció aún más y varios nidos de cuervos terminaron de entenebrecer esas hojas nocturnas que ahora hasta el viento esquivaba.
El árbol seguía creciendo pero se encorvaba y recogía de tal forma que ahora era una parodia de aquel orgulloso sarmiento de antaño. Luego una horrible y ulcerosa boca negra se formó en su tronco y desde allí, escapaban los gemidos lastimeros del espectro del ahorcado y los imperceptibles trinos de algunos pájaros moribundos que buscaban ese refugio para entregar sus alas.
Corrían aquellos años en que la insensatez del hombre era perdonable por su extrema ignorancia.
Una cuadrilla de trabajadores apareció cierto día y sin decir ninguna palabra, aquellos seres oficiosos comenzaron a derribar aquel viejísimo cedro. Un grito espantoso escapó de aquella boca asquerosa y algunos de aquellos individuos huyeron a perderse. Los más valientes, continuaron con la faena y al otro día, aquel árbol luctuoso era sólo una ruma de maderos y tablas oscuras, que fueron destinadas para construir catafalcos y tumbas.
Varios maderos de aquel cedro, fueron enviados a una ciudad conmocionada por un bullado juicio. Varios prisioneros eran interrogados, especialmente uno, al cual no le sacaron una palabra meridianamente sensata. De acuerdo al veredicto de la turba, el loco fue condenado a morir.
Dos gruesos maderos de aquel árbol maldito se elevan por sobre el horizonte transformados en una sentenciosa cruz. En esa tarde extraña y repleta de presagios, un hombre famélico y agonizante, ha sido clavado violentamente por sus muñecas y pies a ese artefacto de tortura y se ha hermanado de esta forma su noble sangre a los resabios resinosos del cedro. Gracias a aquel hecho, la oscura madera adquiere una extraña fosforescencia que ilumina el rostro enflaquecido del martirizado. Mientras la muchedumbre aguarda expectante el deceso del torturado, éste murmura débiles palabras: -Perdónalos Señor porque no saben lo que hacen… Dos gotas de savia transparente resbalan a modo de lágrimas por el madero y se bifurcan por las sinuosidades del rostro de aquel hombre, para finalmente disolverse en su pecho llagado…
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