Mis ojos cristralizados por destellos océanos
suspendían sobre el agua
el reflejo migratorio de mil aves
llegando a tierra.
El viento deshojado de otros páramos
sedó mi olfato, guiándome hacia los acantilados
seducido por el vuelo de un buitre,
que me dejó a oscuras.
A oscuras
entre la espesura de mis miedos
A un tropiezo
A los metros tierra abajo
bien abajo.
Entre las aguas,
rompiendo ellas.
Resistiendome a la gravedad inevitable
Inevitable...
El término de mis días.
Rompiendo contra el mar,
mis carnes, desgarradas ellas,
cayeron hechas hiladas como concretos amarrados.
por hueso y carne.
Fueron a reventar,
producto del pánico
a mas de mil grados celsius
tiñendo la inmensidad de rojo.
Mis carnes,
aún cayendo,
picoteadas por el graznido maldito de las aves
Violaron mi acto celestial,
de hundirme como un dios en el agua,
Abriendola en dos tajadas de sangre azulada,
por la vastedad de mis gritos,
de los de ellos.
Mis lamentos
se hundieron con la amplitud de mis restos azules,
latiendo ocultos en la materia divina,
de mi virgen tejido cetáceo,
convirtièndome en pez.
Existiendo incandescente
por el resto de los días
sobre el océano perpetuo,
en la desolada existencia suicida.
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