Sara levantó su mano derecha, enjoyada y posó sus dedos, en los cuales se embutían sendos anillos de oro, en su frente extraordinariamente lisa, gracias a una costosísima cirugía plástica. Desde la frente, la mano descendió a su hombro derecho, bronceado por los soles de Acapulco, desde allí, la mano brilló bajo las tenues luces para encontrarse con el hombro derecho, tan dorado como el izquierdo y suspirando con largueza, la mano de Sara se deslizó a su pecho, en el cual brillaba un hermoso collar de diamantes y se detuvo un momento allí, tan sólo un instante, para subir airosa al encuentro de los labios carnosos, gracias a los milagros del Ácido Hialurónico. Allí, un beso suave selló la señal de la cruz, gesto de los devotos que creen en Dios, en la humildad, en la justicia y solidaridad…
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