En la banca de la habitación, descansa esperando para ser guardado, el vestido negro de mostacillas y piedras bordado; mudo testigo del cansancio del baile, de la noche hermosa, plena de risas, de gestos, entendimiento sin palabras, pleno del conocimiento del otro.
Los zapatos de la ocasión, descansan también de la atareada noche, en que acompasadamente acompañaron a los pies, ya no tan dañados, pagando con su escaso dolor, el triste sabor de la que decididamente será la despedida.
Los pensamientos fluyen entonces al recuerdo de los momentos vividos, de la felicidad prestada y el convencimiento que jamás será propia.
Una mirada, una palabra al descuido, una frase y la verdad aflora repentina y fuerte, dolorosa y cierta.
La decisión se presenta segura; la ilusión, apoyada sólo en el convencimiento del sentimiento unilateral que la cimenta, llega a su fin, por término de la espera, sin una luz a seguir, sin una muestra de cambio que indique que se puede continuar.
Se cierra el círculo de la esperanza cuando los ojos no quieren ver y el alma se niega a sentir.
El tiempo de espera ha terminado.
Pilef
06-04-07
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