El viejo sacaba todos los días a pasear al perro. En una mano llevaba la correa y en la otra un banquito. Caminaba media cuadra y llegaba a la plazita del barrio. Se sentaba cual dueño del lugar y dejaba que su perro fuera un animal feliz. Eran buenos tiempos y el sol salía todos los días, yo lo miraba y lo saludaba cada vez que me iba al paradero y era un espectáculo grato para esperar la micro (en aquellos tiempos tomábamos micros amarillas, y vaya qué rápido que corrían). Empezó el invierno y el viejo seguía paseando a su perro y sentándose en su banquito, que debe haber sido el regalón, y pasar junto a la plaza era como si una postal se hubiera trasladado frente al paradero.
Fue un sábado que escuchamos gritos en esa casa. No fue una tarde particularmente agradable. La calle estaba mojada y uno que otro auto resbalaba y más de un árbol caía. Comíamos flan de chocolate, lo recuerdo, era un flan tan helado que tenía pedazos de hielo. No, sin duda ese día no fue grato. Vimos pasar al viejo por el ventanal, pero no llevaba el perro. Lo saludamos y le sonreímos amable. Era un buen hombre.
El perro ya llevaba varios días tras las rejas. Pero al otro lado, eso sí. Estaba libre y sin embargo lloraba día y noche (tal vez para él sólo era noche, o sólo era día, eso nunca lo sabré), y uno que otro vecino amable le daba un poco de comida y le hacía cariño. Era un bonito perro, saludable y con mirada de repente triste. El viejo no lo había querido más y lo echó a la calle de repente. El perro no movía la cola, pero en todo momento estuvo fuera de su ex casa. Nadie se atrevió a preguntarle al viejo por qué había castigado al perro y lo había echado de su casa, pero lo cierto es que un día el perro dejó de verse. Algunos dicen que el viejo lo entró, otros dicen que se fue por voluntad propia, y los más osados creen que el perro tuvo un trágico final (con consentimiento del viejo, decían las malas lenguas). Lo triste es que nunca más vimos el perro, y el viejo...El viejo tampoco se vió mucho después del accidente, pero se veía aún más viejo.
Hace dos semanas salí de casa al iniciarse el Transantiago, iba a ir a la plaza y el viejo iba saliendo en su auto. Me ofreció llevarme para que no tuviera problemas con la locomoción. Le dije 'gracias', pero que en realidad iba para otro lado. Me miró como si no hubiera problema, probablemente adivinando que no sé qué pensar de él, o quizás creyendo que lo creía un malo o simplemente un depravado. Pero lo cierto es que cuando vi el auto del viejo partir me dieron ganas de llorar. Quizás, después de todo, el viejo sí era bueno. |