I N O C E N C I A
Y pensar que en sus manos puse todas mis intenciones. ¡Y mira con qué risa maquiavela me sonríe su ironía! ¿Con qué artificio se puede emprender tal empresa absurda?
Mas sus brazos mienten y su boca gesticula engaños. Sus labios se enfrían y enmudecen; sus ojos niegan mis lágrimas y su dicha no comparte mi lecho de muerte. Su cara no ha cambiado, parece inmune a mi sufrimiento, y no mengua al ver mi corazón destrozado, que como zorro cojo tentase la cobardía, para deleitarse de su carne. Quizás, más muerto que cojo, no supo levantarse.
¿Qué pecado he cometido para soportar su amistad?
Su inocencia la justifica, o mi ingenuidad me hizo ser estúpido. Pensar que todo este tiempo no fui correspondido más que lo merecido a un amigo. ¿Amigo? ¿Es que acaso no se dio cuenta que lo mío no era amistad?
Y ahora mírame, que penetre tu mirada mis ojos y busque en mis raíces: su recuerdo me crucifica en cada huella que estampa bajo mi paso. Creo que morir no basta para librarme de esta culpa. Mejor sería dejar de verla. Pero mentiría. Pasar noches entera en su casa, mirándonos las caras para después reír por cualquier comentario, se había convertido en una necesidad. Sentir sus manos jugar con las mías, quedar atrapadas en el deseo y luego soltar el aire lentamente, como queriendo guardar el momento, me sedaba. ¡Pero ni eso tengo ahora!
Si tan solo la viera, se enredarían las palabras tratando de expresar coherencia. La mente envenena al corazón, lo sé. ¿Pero qué quieres que haga? Mi destino tiene su nombre, o eso creí. Quizás es tiempo de olvidar, dejar que el olvido apaciente mi agonía, y que como bestia sin colmillos, su imagen se siga marchitando.
Mas vuelve su imagen, aquellos días donde creía haberla conquistado. Y ahora contemplo su foto, recuerdo su suavidad y la ternura con que pronunció mi condena.
No insistas, decirle adiós es peor que sufrir su amistad...
Dame un minuto más... que pronto terminará mi agonía. Allí viene... y allí voy... |