En ningún caso se podía decir que Paquito, más conocido como Paquito Lumbreras desde su más tierna infancia, no fuera un niño normal. Es cierto sin embargo, que tenía una cierta peculiaridad ya que Paquito, a sus 10 años, ya era un magnífico profesor de escuela.
Paquito había nacido a su debido tiempo. Ni antes, ni después de su hora.
-¡Es un niño del montón! –había exclamado la comadrona nada más verlo.
En esos primeros días, nadie lograba destacar algo en él. Todos coincidían en afirmar que era un bebé más bien feúcho y arrugado, pero nada gritón. De hecho, el día de su nacimiento lloró apenas un poquito, como para avisar a sus familiares y allegados que ya estaba aquí. Pero inmediatamente después se quedó profundamente dormido.
Su madre ya había advertido durante los meses de embarazo que era un bebé bastante tranquilo. De vez en cuando le daba alguna patadita en el vientre, que parecía advertirla: ¡Eh, mami!, que sigo aquí. Pero durante el resto del tiempo prácticamente ni lo notaba.
Los días transcurrieron tranquilamente sin sobresaltos, y sin que nadie se percatara de su peculiaridad hasta que comenzó a dar sus primeros pasitos. Bueno, lo cierto es que cuando se le pregunta al respecto a la abuela Bisi, siempre responde con una sonrisa de oreja a oreja que ella ya notó algo en su primera miradita de reojo a su nieto en la cunita de hospital. Ella decía a todo el que quisiera escucharla que el bebé no parecía simplemente dormido, sino que estaba concentrado en algo. Como pensando continuamente.
En uno de esos primeros intentos, el pequeño descubrió algo realmente increíble: Paquito había llegado con sus pasitos tambaleantes hasta la gran biblioteca de su padre. Fue entonces cuando abrió la boca de par en par y se cayó de bruces. No podía creérselo.
Los siguientes días fue capaz de contener su emoción ante esa maravilla, y poco a poco adquirió más confianza ante los numerosos volúmenes y se atrevía incluso a tocarlos, y a veces conseguía tras mucho esfuerzo sacar alguno de su estante. Pero al principio al hacerlo sólo lograba caerse y quedarse sentado de frente ante una interminable hilera de libros.
Paquito crecía alegremente entre las paredes de la biblioteca. Para entonces, era un niño algo regordete, y los cuatro pelos de su nacimiento habían dejado paso a una hermosa cabellera rubia que hacía competencia a sus ojazos negros. Ya no era para nada aquel bebé feúcho y arrugado. Se podía decir que en conjunto, Paquito era un bebé guapote por lo que su abuela había pretendido en más de una ocasión llevarle a uno de esos casting para alimentos infantiles. Pero esta idea no podía tener mucho éxito, porque a la mamá de Paquito con tan sólo pensar en el espectáculo que supondría verlo en la pequeña pantalla, se la nublaba la visión y caía rendida al suelo.
Los papás de Paquito nunca fueron demasiado partidarios que los abuelos se encargaran del niño mientras ellos trabajaban. Así que optaron porque Paquito fuera a la guardería desde bien temprano, pensando además que así se prepararía mejor para cuando llegara el momento de ir a la escuela.
Fue allí en la guardería, donde Paquito dio a conocer algo más de su peculiaridad. Sus cuidadoras vieron ante su sorpresa y asombro, que Paquito absorbía los conocimientos y los iba almacenando... El niño estaba siempre muy tranquilo jugando con sus compañeros. Pero de repente, al oír palabras nuevas se quedaba un ratito parado, como pensando sobre aquello que acababa de aprender. Y luego, igual de rápido volvía a sus juegos.
De esta forma con su experiencia diaria en la guardería, unida a los numerosos volúmenes de todo tipo que había ido ojeando en la biblioteca, Paquito había logrado hablar cuando los demás niños sólo alcanzaban a balbucear de forma incomprensible. Y cuando el niño ingresó en la escuela y tuvo acceso a muchas más experiencias fue inevitable que comenzara a plantear cuestiones a su padre, que ponían a éste en serios aprietos. La situación en esos momentos era algo embarazosa, pues el papá sencillamente abría la boca pero al no encontrar respuestas, soltaba una sonrisita bobalicona. Y es que no era fácil explicarle cuestiones de adulto a un niño por muy aventajado que éste fuera.
Los papás no tardaron en mostrar su preocupación. Porque a medida que Paquito crecía, se iba interesando por temas cada vez más enrevesados, y su cuarto se iba llenando de tomos y tomos de enciclopedias y toda clase de libros con los que Paquito intentaba saciar su gran curiosidad. Pero a medida que iba conociendo más y más, aumentaba otro tanto su interés, porque se daba cuenta que las posibilidades de conocimiento eran infinitas y no finalizaban en la última página del libro. Y precisamente ser consciente de esto, lo hacía más conocedor de sus limitaciones y trataba por todos los medios de superarlas.
Su capacidad de asimilación de conocimientos era tal, que tanto sus padres como educadores se vieron obligados a aceptar que el niño pudiera avanzar aceleradamente en sus cursos. Reputados doctores en diversas materias se interesaban por Paquito, y se prestaban a impartir clases maestras particulares para el niño. Más de uno llegó a considerar estas largas tardes de estudio, como una manera de exponer sus ideas con alguien que pudiera entenderlas de igual a igual. Todos los miembros de la familia, tuvieron que aceptar este nuevo estilo de vida. Incluso la abuela Bisi, dejó de ser una asidua lectora de Hola, para acercarse a algo más educativo y así estar cerca de su nieto.
A pesar de todos estos bruscos cambios, nadie consideró jamás a Paquito un bicho raro. Es cierto que sus inquietudes eran muy distintas al resto de niños del vecindario, pero todos ellos sentían una profunda admiración por él. Se había convertido para ellos, en el juez justo e imparcial de todos los juegos colectivos en el patio.
En muchas ocasiones se acercaban hasta la casa del pequeño, personas interesadas en que Paquito les desvelara cómo solucionar algún problema sin demasiada importancia. Al principio sólo se trataba de algún conocido o amigo de amigos. Puesto que los familiares más cercanos entendían más provechoso acercase a verlos cuando alguno de los eminentes intelectuales se encontraba allí. A todos ellos les había nacido un cierto interés hacia la lectura, y una profunda admiración por conducirles al conocimiento de nuevos mundos, culturas o personajes. Por su parte, esos estudiosos hombres sentían un profundo agradecimiento a todos esos familiares, por haber estado dispuestos a conocer lo que el mundo en todas sus vertientes ha querido ofrecer a la humanidad durante siglos.
Fue muchísimo más tarde, cuando se convirtió en algo habitual visitar la casa del niño si alguien se encontraba en un serio aprieto o se veía envuelto en graves situaciones. Puesto que ya era más que conocido por todos que Paquito siempre era capaz de encontrar respuestas y soluciones para todo. De esta forma, la casa siempre estaba rodeada por filas de personas que esperaban y esperaban pacientemente su turno. Al principio, los padres consideraron que no era justo negarles a todas aquellas personas el acceso a la casa. Puesto que lo hacían de buena fe, confiando en su hijo. Y lo siguieron pensando durante los meses y meses siguientes. Convencidos además de que todo esto no era más que un síntoma de la injusticia social. Puesto que si todas esas personas hubieran tenido acceso a una serie de conocimientos, ahora no tendrían que demandar la ayuda de su Paquito.
Pero el día que llegó un estrafalario y bigotudo señor esperando que Paquito adivinara cómo hacerse millonario eligiéndole los números de la primitiva, se convencieron de su error. Pidieron disculpas al niño por haber convertido su casa en un circo y dieron por terminadas todas esas charlas y reuniones. Durante semanas y semanas, la casa estuvo cerrada a cal y canto. Los padres tenían miedo a que la admiración de antaño se convirtiera de la noche a la mañana, en incomprensión. Que no vieran en su niño más que a un ser con el que lucrarse, y le hicieran daño por eso.
Sin embargo fue el propio Paquito el primero en darse cuenta que esta nueva situación no podía mantenerse por mucho tiempo. No era la admiración de los demás lo que le movía a escuchar a todas esas personas, sino el poder ayudarlas gracias a lo que él sabía. Sabía que no podía negarlas sus conocimientos, pero también que sus padres no podrían volver a soportar algo similar. Por eso tomó la decisión más importante de su vida: sería maestro de escuela.
|