Con violencia apartó la mano de entre el cierre, y antes de que Gina estire los labios y parle, asintió la cabeza:
—Mejor no.
Ella frotó los dedos aislándolos del frío, buscó, fémina, los guantes de lana de alpaca, metió las manos, puso su mirada en otra altura:
—Siempre me dejas así Jhon. Ya me estaba abrigando —y apartó el cuerpo frutal, girando su trasero, rozando los bolsillos delanteros del pantalón de su acompañante, antes de decir que mejor se tenía que ir.
El frío hace ulular las chaquetas celestes de colegio, Gina sabe que la única forma de abrigarse las piernas es que un hombre no sea maricón y meta de una vez las manos bajo la falda gris y, acariciando su piel lisa, deforme los pliegues epidérmicos, hasta que todo el acto concluya en el Hotel Santa Rosa.
—Es que no hay condón Gina. Y yo no tengo para las pastillas. Tan veinticinco lucas, de onde vamos a sacar. Mejor no.
Y al fin sintió algo de vergüenza, no debía decirlo, pero era la única manera de sentirse viva otra vez, de explicar porqué la vida es tal, porqué la jalan en matemática y porqué aprueba en inglés, y porqué prefiere a los chicos sin dinero, pobres, honrados, y no pendejos, mujeriegos, y vagos, y porqué dudaba de todos los hombres.
—Mira. Es que ya no estoy en mis días, horita no hay peligro, ¿recuerdas los que dijo la profesora Zuly? Después de la regla tenemos 5 días para hacerlo.
Él metió las manos en los bolsillos y tornó en que la pasión, el deseo, la arrechura se le volvía.
—¿Entonces lo podemos hacer normal?
Ríe y luego contesta, coqueta:
—Claro sonso.
Ahora él también ríe, pero la alegría lujuriante no le durará mucho. Ahora Gina ya sabe, y antes de entrar al Santa Rosa, se lo dirá: "Lo siento corazón, te estaba probando, yo no quiero a un hombre que sólo me vea como una muñeca porno, yo quiero alguien que me ame de verdad Jhon, y el amor de verdad no tiene nada que ver con tirar, o sea con el sexo ¿me entiendes? Bueno. Bye."
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