bajé del auto y un perro comenzó aullar. me asusté un poco. me fijé nuevamente en el perro y tenía todo el lomo erizado, mostraba sus dientes, a punto de tirarse encima de mí. volví a mi auto y avancé un poco, buscaba otro espacio para estacionar. lo encontré. era un puesto para gente enferma, no me importó, estaba apurado, quería llegar al cine. corrí hasta la entrada, había una larga cola. llegué y compré una entrada. estaba solo y vi varios tipos de personas. unos eran parejas de casados, amigos, enamorados, pero, no había nadie que entrara al cine solo, así como yo. me detuve y antes de entrar fui a comprar un poco de maíz y gaseosa. lo conseguí y entré en el cinema. aun no empezaba. saqué mi libro y mientras bebía mi gaseosa, leía. era “el ulises” de joyce, toda la vida le temí a este libro, pues sé que es un libro escrito de cuatro formas de cómo no debe escribirse una novela, y la última, de cómo se escribe una novela. aún estaba en las primeras cien páginas y aún estaba que leía cinco veces cada párrafo para asimilarla. de pronto, la película empezó. cerré mi libro y comencé con el maíz y la gaseosa. la película era entretenida, pero, no sé por qué, siempre adivino el final, esta vez no fue la excepción. todos terminaban matándose. todos estaban llenos de bondad, justicia, odio, miseria, etc. sin embargo, terminé mi gaseosa justo justo cuando terminaba la obra. las luces se encendieron, y yo siempre tengo la costumbre de ver que todo el mundo sale antes de levantarme para salir. vi a todas las parejas que salían murmurando sus opiniones, sus pareceres, sus gustos, etc. cogí mi libro de joyce y continué leyendo hasta que ya no escuché mas que al muchacho de la limpieza. me levanté y salí hacia la calle. me fui caminando hasta donde estaba mi auto y cuando estaba por llegar, vi a unos policías colocándome una infracción. me les acerqué y les pedí disculpas. me pidieron mis documentos. se los di. aquí tiene señor. me entregó la infracción. amablemente se despidieron de mí, y yo quedé como un tonto, con mi libro de joyce en las manos y con el papel de la infracción dentro del bolsillo. subí a mi auto y arranqué. de pronto, no vi bien, pero allí, al costado del semáforo, estaba el perro que me hubiera aullado antes de llegar al cine. estaba sentado, como esperando a alguien. me detuve para ver a quién esperaba y vi que una manada de perros lo venían a buscar. se le acercaron, se olieron, se mordieron un instante y al poco rato, partieron por las oscuridad de las calles. iba a seguir con mi auto, pero me dije que mejor seguía a los perros. me detuve y me estacioné un poco mal. bajé corriendo, buscando a los perros, y los encontré en una encalada de tierra y casuchas abandonadas. les vi que entraban, subían, saltaban, orinaban, se mordían, jugaban, ladraban... qué bonito, pensé. de pronto, pareció que el perro que me había visto con anterioridad, me hubiera olido. me miró a la distancia, sus ojos brillaron como luveros, y volvió a aullar, y luego, todos los perros le siguieron, es decir, todos aullaron. la luna estaba al fondo, como si fuera le faro en una obra de teatro. me sentí raro y volví a mi auto. sí, lo mismo, allí estaba la policía colocándome otra infracción. por favor, les dije, no me pongan otra infracción. ¿y por qué no le vamos a poner la infracción si usted se ha estacionado en mitad de la calle?. es que, soy un hombre totalmente solo, un hombre solo, solo y peor que un perro. los tíos se miraron y se rieron de mi ocurrencia. tuve suerte, no me metieron multa, pero no volví a detenerme en ningún lugar. era un tío solo, así como la luna que parecía burlarse de todo cuanto me ocurría... aceleré y sentí que no estaba tan solo, el aire besaba mi rostro y, eso, era muy bello... encendí la radio y me sentí mucho mejor, muchísimo mejor, por mi dios...
san isidro, abril de 2007
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