Fue un día jueves en que los zapatos ya le apretaban mucho, sentía pesada su chaqueta, la corbata le molestaba y el invierno era demasiado evidente, cuando dejó a un lado la idea fija de seguir dando vueltas; en vez de pasar mil veces, sin ningún sentido, por el mismo lugar, más le valía bajarse del tren, sentarse y quedarse ahí.
¡Tuuuuu...!
— ¡Ven Antonio¡ o te vas a quedar fuera —le dijo la mujer tomándolo del brazo—.
Arriba, día lunes, el sol caía fuerte y desde algunos árboles una que otra flor se dejaba oler. Debía ser Primavera. Abajo, y sin importarle nada, el pequeño Antonio sentado junto a su madre en su asiento naranjo del metro.
¡Tuuuuut!
Debió haber sido mucho después, en un cambio de línea, que Antonio se separó de su mamá y no la vio más. Nunca había andado solo, pero ya se las arreglaría; ser libre le daba todo el sentido necesario a ese lugar en que no se distinguían días ni estaciones.
¡Eso si que era emocionante¡ incluso creyó enamorarse de una mujer que iba en dirección contraria. Hermosa y delgada, de ojos pequeños, pelo negro y piel clara; era la mujer más linda que había visto y sentía que lo miraba de una forma distinta, y de eso no había dudas.
Le hizo unas señas y, para su sorpresa, le sonrió como respuesta. En un intento por tocarla alargo su brazo, hasta que su mano chocó contra el vidrio; puso su palma contra la ventana y comenzó a acariciarla. No podía dejar de sonreirle ¡Tuuuuut!, pero no duro más de lo normal; unos cuantos segundos, quizás un minuto, en que se abren y se cierran las puertas.
Pero qué importaba haber perdido a esa mujer. Aún se sentía contento y sólo por jugar se inventó cierto recorrido que hizo varias veces:
— Señores pasajeros, muy buenas tardes, próxima estación: Los Héroes, lugar de combinación con línea dos.
¡Tuuuuut! bajaba y tomaba un tren hasta Franklin... . Cambiaba.
Subía a otro tren y seguía varias estaciones ¡Tuuuuut! Baquedano; se cambiaba, línea cinco, iba, ¡Tuuuuut! Muy buenas noches, volvía, se cambiaba.
— Señores pasajeros...
Volvía, línea uno, línea cinco ¡Tuuuut! Buenos días, línea dos. Señores pasajeros, línea uno, ¡Tuuuuut!
Luego de un tiempo, ya cansado, le pareció que no era tan fácil. Sabía bien como hacer todo ¡Tuuuuut!; se cambiaba y volvía; conocía muy bien ¡Tuuuuut! el metro, pero no se acordaba y no estaba seguro de haber sabido alguna vez hacia donde tenía que ir.
—No entiendo —dijo de pronto—. Veo pasar a ese hombre todos los días. Creo que le llevo cierta ventaja, después de todo yo siempre estoy aquí. No sé por qué no hace lo mismo y se sienta en este lugar de una vez por todas. Y así lo hizo.
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