La pequeña niña, de vestimenta de colores, se sintió traicionada hace unos días atrás. Dejó correr en sus venas un poco de odio y rencor, y en su mente un poco de venganza, fría y calculadora. Pensó y refleccionó en lo tonta que se había sentido al enterarse de lo obvio. Al enterarse por un tercero. Estaba segura de que si le preguntaban, diría que siempre lo supo, que no era tan ingenua como para no haberse dado cuenta. Pero la realidad era que sí lo era; lo seguía siendo, tal y como lo había sido siempre.
Pasaron algunos días, en los que pensativa se le pasaban las horas, hasta que una de esas noches, en las que se sintió más sola que las anteriores, le brotaron un par de lágrimas.
Estaba recostada en su cama, mirando la ventana abierta, miró el cielo oscuro de la noche, y esperó... tal vez queriendo recibir esa ayuda celestial que hace tanto tiempo estaba esperando. Pero como siempre, esperó en vano. Ese ser, que parecía siempre aparecer oportunamente en su vida, no se había presentado en meses. ¿Qué le hacía pensar que ahora vendría?
-Lo que daría porque estuviese en mis pensamientos- se dijo. Se levantó, apagó las luces, y se durmió, mirando esas vagas estrellas titilantes, que no se percataban de que muy abajo de ellas, en la tierra, una niñita, con ropa de colores, les pedía desesperada un poco de ayuda.
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