Si supieras el intrínseco deseo que carcome mis entrañas, te verias asqueada de una manera un tanto mítica, explorando los banales de el instinto animal que rodea la incertidumbre imaginativa del hecho de tener un cuerpo fuerte y un alma débil.

Pruebo tu sangre de una manera erótica, recorriendo tu carne con mis uñas podridas, sintiendo ese rocío de sudor frío que envuelve tu piel; y como ésta se crespa al dulce tacto de la muerte lenta; tienes miedo, lo se, lo siento, lo percibo y lo comparto a través del demoniaco sentimiento que emana perpetuamente a través de mi ser; de mis extremidades, de mi carne, de mi mirada en intersección con la tuya.Veo a través de ti percibiendo el migratorio acto de tu alma y la mía como si estuvieran dentro de un remolino en donde lo perverso, lo inocente, lo tierno y lo demoniaco convergen a un paso hipnótico.Veo en tus ojos negros esa hermosa agonía que te comienza a envolver; cubriéndote con un manto de embriagante dolor que me lleva a ese estado inerme de la pacividad gentil que solo he de compartir contigo.

Y sagrada sea la noche en la que derramé tu sangre y la mía y las use como si fueran diezmo, quitándote la vida iluminada y compartiéndote mi eterno caminar bajo la noche plutónica; entregándote la oscuridad de la vida eterna y las sombras que deconstruyen el hecho de sentirse muerto en vida; vivir para morir y morir para vivir eternamente.