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Era una tarde plagada de estrellas, sobre una ciudad que palidecía ante el resplandor del firmamento. O por lo menos, así le pareció.
Ella tenia una respiración pausada, tranquila, una hermosa sonrisa y una tierna mirada que combinaba todo el amor que guardaba, con una dulce inocencia y mucha paz que lo inundaba todo…
Conocía bien su ciudad, y toda su ciudad conocía bien su silencio.
Ese día pasaría algo, algo muy especial, no podía describir exactamente porque lo sabía o que era lo que iba a pasar, solo sentía que debía permanecer ahí sentada en la cima de la pequeña colina de Carmel.
Sentía de nuevo aquel viento dulce que había sentido de niña, cuando sembró aquel nombre que había inventado, aquel nombre que ahora crecía en el jardincillo de “su” colina. Aquella brisa le recordaba algo, alguna historia triste que el viento se había llevado con su burla…
Solo debía esperar, era lo único que sabía hacer, esperar. Lo había aprendido hacía algunos años, su madre lo había dicho por casualidad, un comentario que había conjurado alguna de las historias de antaño, fue algo como:
- “…He esperado toda mi vida…”-
Ahora ella lo repetía, pero cambiaba algo:
- “He esperado todo con paciencia, sola, con toda mi alma…”-
Seguía allí sentada, con el cabello suelto y con todo su vestido desparramado por el suelo con tanta delicadeza y naturalidad. Aquel viento dulce le susurraba secretos deseos y tiernas confesiones de alguien desconocido.
Cerró los ojos, recorrió el camino ya conocido hacia el centro de su alma (?), algo que los otros llaman corazón. Como siempre lo halló todo oscuro, con el manantial del que brotaba aquel extraño gas o lo que sea que fuese. Desde afuera no podía ver mucho, así que entró por la campana que formaban las fuentes de luz entrelazadas. Todo se iluminó de repente, todo se lo imagino… comenzó a jugar con los niños que saltaban a su alrededor… cansada se tendió en la hierba, pero cayó en una oscuridad desconocida y sintió como el viento cálido se cambiaba por una fría tormenta blanca. Intentó moverse pero no podía. Había perdido algo y no sabía que, ahora solo conocía su “oscuridad desconocida”, una mente encerrada en una tormenta fría, un alma dulce y tranquila y el cuerpo de una muchacha, a la que ni la palidez de la muerte le podía robar la belleza, tendido en la cima de una colina, una tarde plagada de estrellas, sobre una ciudad que palidecía ante el resplandor del firmamento.



Era una tarde como todas las otras, en la misma cuidad, con la misma monotonía de siempre. O por lo menos, así le pareció.
El observaba algo muy atento, tenía la respiración acelerada, agitada, una sonrisa irónica y una mirada calculadora, en la que no se podía leer nada. Era una mirada triste, apagada, vacía… no reflejaba ni el dolor que quizá algún día sintió… era un vacío que lo llenaba todo.
Nunca se había interesado por conocer lo que le rodeaba, aun así todos conocían su arrogancia y su deseo por llamar la atención.
Ese día pasaría algo especial, él haría que pasara algo especial. Sabía que debía hacer, solo debía espera el momento adecuado… había estado observando una muchacha juguetona sentada en la cima de la colina Carmel, mientras el jugaba con una daga de plata en sus manos…
Ella levantó la cara, sintió la brisa dulzona del verano y su expresión tranquila tan habitual, cambió por una mirada triste…
Esperaba algo y eso precisamente era lo único que él no sabía hacer, esperar. Un pequeño recuerdo llegó a su mente, por un momento se dejo mecer por el viento que sopló en aquel instante…
Hace algunos años, caminaba por la calle con su padre y escuchó una mujer que decía algo como:
-“…He esperado toda mi vida…”-
Su padre rió sarcásticamente y dijo:
-“Recuerda esto hijo, lo único que hay que esperar, es el momento adecuado.”-
Ella seguía allí sentada, el cabello ondeaba suavemente al viento, y su vestido sobre la hierba, daba muestras de su finura y de su delicada belleza.
Vio como ella se recostaba en el pasto. Era el momento. Se levantó, aun con la daga en las manos, y empezó a caminar hacia la colina. Mientras subía se empezó a imaginar algunas cosas muy extrañas, se imaginó que entraba en su mente, todo era confuso, enredado, oscuro y frío, muy frío… se asustó y de repente estuvo seguro que eso era lo que cada uno llevaba, no en su mente sino en su corazón, pensó que ese era el frío que de el manaba cada que se acercaba a alguien, ese frío cruel capaz de matar…
Llegó a la cima y la observó… parecía que dormía… era tan hermosa, tan calida… POR ESO LO DEBÍA HACER, aunque después fuera solo una chica más de su colección…pensó en esto por unos segundos… No!, ella no sería una mas, era la ultima, la primera, la única.
Lo hizo con todas sus fuerzas e, irónicamente, con todo su amor, con todo el amor que el “no podía sentir”.
Se levantó y se quedó mirándola, bueno, se quedó mirando su cuerpo suavemente tendido en el suelo, mirando tanta pureza y belleza reunidos en una sola niña ahora pálida y fría. Al bajar de la colina se preguntaba si ella habría percibido su aire frío, sonrió con satisfacción y algo de timidez: por primera vez había hecho algo por amor…
Para el siguió siendo la tarde igual a todas las otras, en una misma ciudad, con la misma monotonía de siempre.



Soy la brisa fría y cálida que sopló aquel verano…estuve en el medio de todo. Yo soy quien puede comprender que pasó.
Yo soy quien vigila las noches en vela de los amantes.
Soy la reina del hermoso silencio que cuida un mundo de interés, odio y crueldad.
Yo soy quien entiende las medias palabras, o las mentes con manantiales…
Yo sigo aquí esperando en las estrellas que adornan cualquier hora y que son la única luz que alumbra el camino de los hombres que, verdaderamente, aprendieron a amar.
Yo soy quien controla el tiempo y se los envío como la vida al centro de su alma, a ese lugar que los seres comunes llaman corazón….
Quien logre descubrirlo… cruel suerte le espera…
Quien logre descubrirlo será condenado…
Quien logre descubrirlo, morirá sepultado por el amor de algún otro ser ordinario.

FIN

Texto agregado el 03-04-2007, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


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