Estaba sentado delante de su pequeña maquina de escribir a la espera que las musas se le hicieran acto de presencia. Hacia ya unos días que las estaba llamando. Les hacia falta para que le ayudaran a rellenar un capitulo de la novela policial que le había encargado el periódico para donde trabajaba.

Se recostó sobre el respaldo de la silla. Puso ambas manos detrás de la cabeza y miró para el techo. Cerró los ojos y dejó volar su imaginación.

Nada no se le ocurría nada. Volvió a abrir los ojos y se quedo mirando para el techo. Notó que le hacia falta una mano de pintura. El humo de los cigarrillos, el de las velas antihumo y el vaho de las condensaciones lo estaban ennegreciendo.

En eso estaba cuando escuchó un ruido proveniente de la calle. Semejante al de la rotura de una luna. Se acercó a la ventana y, a través de los cristales, miró para el exterior. No vio nada que llamara su atención al respecto. Se dirigió a otra ventana, volvió a mirar para afuera y tampoco observó nada. No notó nada de particular en la calle. Los negocios estaban como de costumbre. Algunos empleados estaban a las puertas dialogando entre ellos por falta de clientela. Otros aprovechaban ese tiempo para limpiar las cristaleras. Otros para echarse un cigarro.

El único negocio que tenia clientela era la panadería. Algunas mujeres hacían una pequeña cola a la espera de que les fuera servido el pan que llevarían para la comida de ese día.

“Comida” pensó. Miró para su reloj y vio que era cerca de la una y aún no había terminado de preparar la comida de ese día. Hoy tenia pensado, y de hecho la estaba haciendo, preparar un guiso de ternera con patatas y verduras. Volvió a echar otra ojeada a la calle y fue entonces que se dio de cuenta de que algo había cambiado allá abajo. Abrió la ventana. Sacó la cabeza por ella. Miró para un lado y otro de la calle. Y…nada, no vio nada. Ningún coche estaba en circulación. Pensativo, miro para el edificio de enfrente y tampoco vio a nadie en las ventanas. Le pareció raro que Paca, que siempre estaba al loro, no estuviera con el pañito en las manos haciendo que limpiaba. Volvió a mirar para el exterior y le pareció ver un ligero movimiento de gente en la esquina.

Se fijo que una pareja se acercaba lentamente hacia la panadería con una conversación entre ellos muy seria. Aparte de las mujeres que estaban haciendo la cola en la panadería y de las empleadas de los negocios. El único movimiento que en ese momento se notaba en la larga avenida, era esa pareja caminando.

Se fijó que al paso de esta pareja por el frente de los negocios, las y, los empleados que estaban de cháchara en las puertas se iban metiendo en los negocios con un ligero mirar hacia el portal del edificio donde él vivía. Vio por el reflejo de algunas cristaleras que en la acera, de su lado, otra pareja, pero esta vez de mujeres, iban hacia su edificio.

Al mirar calle abajo vio lo mismo: dos parejas, una a cada lado de la calle, en las aceras iban caminando y conminando a los empleados a que entraran en los negocios y cerraran las puertas tras de sí.

Cerró la ventana y se dirigió a otra ventana desde donde pudiera ver el reflejo de la entrada del banco que estaba situado mismo debajo de su vivienda.

Antes de acercarse a la otra ventana. Se acercó a la puerta del domicilio y pegó la oreja a la puerta para tratar de escuchar algún ruido sospechoso. No oyó nada. Miro por la mirilla y tampoco pudo observar nada. Entonces con mucho cuidado saco el cerrojo a la misma. La entreabrió y por aquella pequeña abertura pudo observar las escaleras. No se escuchaba ningún ruido. Fue entonces que por aquella ranura le entró un olor a…Uffff, uffff ¿Pólvora? Uffff, uffff ¡Si! era pólvora. O era su imaginación o… ¡Estaban asaltando al banco!

Cerró, se apoyó en la puerta y pensó; ¡Claro! ¡Ya está! por eso era que la calle no había movimiento. Habían cortado la misma en la parte superior y así los atracadores no tendrían en donde guarecerse. Y si acaso tenían algún vehículo esperándolos para su huida, no tendrían por donde escapar. Por eso lo de las parejas. Eran agentes de policía vestidos de paisanos que se acercaban al lugar del atraco y para salvaguardar la vida de los civiles les estaban pidiendo que se metieran en los negocios.

De repente se acordó de que su esposa y sus hijos llegarían, sobre las dos a casa. Tendría que comunicarse con ella y contarle lo que estaba pasando. Le diría que fuera a casa de su madre y que tan pronto pasara “eso” se volverían a reunir. Se acordó también de la cámara de video digital que le habían, o se había, regalado en su cumpleaños. Filmaría todo lo que pudiera y después, ¿porqué no? podría vendérsela a una cadena de televisión.

Se dirigió a la habitación en donde tenía la cámara de video y… Uffff, uffff, ahora el olor que sentía al ir por el pasillo era otro. Era a… Uffff, uffff, ¡a… quemado! pero ¿Que quemado?… era…

Fue entonces que abrió los ojos y de un salto, con una agilidad felina, se levantó y se dirigió a la cocina. Lo que vio fue algo dantesco. La olla a presión había explotado. Las paredes, el techo, el suelo, los muebles, todo estaba, literalmente, bañado de quiso de ternera con verduras.

Allí con los brazos en jarra, miró para todos los rincones de la cocina. Lentamente metió la mano en el bolsillo. Sacó su móvil. Marcó un número telefónico. Y enarbolando una sonrisa dijo: Cariño os invito a ti y a los niños a comer afuera. Ya he encargado mesa en tú restaurante preferido. ¿Por qué? Bueno… ya sabes, cosas mías. Tú me conoces… muy bien.