DIECINUEVE
Así es que, por el momento, firmemos un contrato, tú serás mi revisora y única lectora, entenderás que quiero reflejar en lo que escribo algo, un vago reflejo, una visión sesgada, un paisaje visto entre la niebla, pero algo que quiere mostrar, en el peor de los casos, nuestra historia vista por mi, y siendo yo, el que la escribe, al mismo tiempo uno de sus dos protagonistas, me resulta imposible no contaminarla con toda mi subjetividad, mi poderosa subjetividad, agregaría, que es, precisamente, la que me permite escribir algo que no sólo contenga una crónica de los hechos, sino también sea capaz de contener e, incluso, provocar emociones, no por una lectura literaria de lo escrito, sino por estar ambos involucrados en todos los hechos, situaciones y sentimientos aquí expresados, vertidos, incluso, a veces, vomitados, tú ya sabes que en estas letras encontrarás a veces humor, nuestro humor, pero también tristeza, amargura, soledad, rabia, alegría, felicidad, en fin, todos las sensaciones que el amor es capaz de provocar, y que yo experimento, entre estar contigo y compartir un día o una tarde de amor y estar lejos de ti largos, eternos días, como hoy domingo, caluroso domingo de diciembre, solo, para variar, en el departamento, almorcé donde mi madre, luego de haber llevado a mi hija a elegir sus regalos de navidad, esa navidad en que estaré sin mis hijos, pero ya, ese es otro tema, ya te he hablado de él, no quiero acordarme, en este momento por lo menos, almorcé donde la Quenita, leí el diario del domingo, y me vine, con toda la intención de dormir una siesta, pero esto de escribir se va transformando en un vicio, y pronto después de llegar ya estaba sentado escribiendo, tuve la esperanza de que la piscina ya estuviera funcionando, pero miré desde la terraza y ví que el agua estaba cubierta de hojas, así es que prendí el computador y me lancé a escribir, parece que no hubiera mejor actividad que hacer en este departamento, sin contar, por supuesto, los días en que logro secuestrarte y traerte por unas horas, y entonces este departamento vive una fiesta por esas horas, pero sólo por esas horas, debo decírtelo, pues el resto del tiempo es el templo de la soledad, en este edificio que es la catedral de la soledad, creo que sólo yo vivo en él, a veces me asomo a la terraza, en las noches, y miro a los otros departamentos, todos oscuros, en silencio, y el único ruido que escucho es el eterno romper de las olas, abajo, en la playa, y me dan ganas de transformarme en un merodeador nocturno, y entrar en todos esos departamentos vacíos, y jugar a inventarles vida, a adivinar qué clase de personas los ocuparán, en las escasas ocasiones en que vienen, generalmente en el verano, o en los fines de semana largos, qué vidas, qué historias albergarán estos espacios vacíos, qué recuerdos guardarán estas paredes mudas, y también me imagino qué pensarán los tres conserjes de este edificio, que hacen los tres turnos de ocho horas, que se imaginarán de mí, ese personaje que vive sólo en este departamento y en este edificio, que sale todos los días tan temprano, un cuarto para las siete de la mañana, todos los días, que vuelve cerca de las diez de la noche, que más o menos cada quince días llega con tres adolescentes y una niñita, seguramente sus hijos, y que casi todas las semanas (pero no todas, Antonia, no todas), generalmente los viernes, sale temprano en la mañana, como todos los días, vuelve al mediodía, acompañado de una mujer rubia, y no vuelven a salir hasta cerca de las diez de la noche, y luego nuevamente vuelve, cerca de las dos de la mañana ¿habrán salido a comer, a bailar, y luego la habrá ido a dejar a su casa? ¿por qué ella viene sólo un día a la semana? ¿qué son, pololos, amantes, qué onda?, y esas son nuestras rutinas, un día a la semana para nosotros, un día a la semana para sentir tu piel, otro día en que nos vemos en Santiago, almorzamos juntos, vamos al cine, luego un café y te devuelvo, a una hora prudente, por supuesto, pero a veces no se cumplen las rutinas, algo se altera en nuestros ritmos, como tu viaje a Nueva York, o como esta semana que está terminando, no pude secuestrarte el viernes, a Alfonso se le ocurrió llegar ese día, la Sofía quiso ir a buscar a su papá al aeropuerto, al final la Sofía no fue y tuviste que ir sola, Alfredo llegó furioso, me contaste, con la vida, contigo e, implícitamente, conmigo, hasta acá me llegó su rabia, y pasaste un mal rato en el viaje del aeropuerto a la casa, pero, como siempre, después todo bien, hasta que le baje la furia y la mala onda de nuevo, es algo impredecible, me cuesta tanto conformar una imagen nítida de Alfonso, a partir de lo que tú me cuentas, nunca he logrado tener más que una imagen confusa y contradictoria, incluida su imagen física, a ti te debe pasar algo parecido con la Rosario, con la diferencia que la Rosario está menos presente en nuestras conversaciones, a pesar que ella está más cerca, pero no compartimos techo, como tú, eventualmente, con Alfonso, pero a ti te puede pasar también que no entiendas muchas cosas de mi relación con la Rosario, y te encuentro razón, a mí se me hace difícil a veces entender ciertas formas de relación que ha desarrollado ella, sólo puedo pensar que está siendo aconsejada por alguien ¿su hermano Alberto, alguna amiga? para que actúe de manera a veces tan particular, en fin, no te pude secuestrar el viernes, entonces me compensaste dándome el miércoles, sólo que era 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, feriado nacional, y el camino a Santiago estaba cerrado para el tránsito de vehículos por la peregrinación al santuario de Lo Vásquez, pero no fue obstáculo para que yo estuviera a las diez de la mañana recogiéndote en Santiago, me fui por la ruta Olmué y la cuesta La Dormida, nos fuimos al cajón del Maipo, a San Gabriel, y arrendamos una cabaña en el Nido del Águila, sólo que por allí también hizo su difusa aparición Alfonso, no te quise decir nada, pero sentí que allá estaba, porque años atrás ustedes estuvieron en esas mismas cabañas, tú me habías contado, no encontramos otras, recorrimos muchas antes, pero no había nada, y no tuve más remedio que quedarme ahí, en ese lugar, lleno de fantasmas, para mí, pero en realidad no tiene sentido sentir eso, el mundo está lleno de lugares en los que tú o yo hemos pasado, en el pasado, momentos felices o, por lo menos, significativos, y no se puede vivir perseguido por fantasmas, así es que pasamos el día en el Nido del Águila, compensando el viernes que no estaríamos juntos, al caer la tarde te llevé de vuelta a Santiago, y yo volví a Viña por la misma ruta, y desde ese día no he vuelto a estar contigo, sólo hemos hablado por teléfono y nos hemos enviado mensajes, no me has dejado solo, es cierto, pero me he sentido solo, como nunca antes, el sábado fui a Puerto Velero, ya te conté, ayer domingo llevé a la Rosarito a comprar sus regalos de Navidad, luego almorcé con la Quenita, y más tarde me vine al departamento, a mamarme la tarde solo, cada vez me resulta más dura la soledad, Antonia, y ahora que te escribo esto, lunes en la noche, lo siento especialmente, tuve un disgusto en la tarde, en la escuela, con el decano, mi viejo amigo y compañero de curso, Juan Luis, tú ya sabes, te lo conté la última vez que hablamos por teléfono, tal vez en otras circunstancias lo habría tomado más livianamente, pero ahora me afectó mucho, sentí que ahí, en la escuela, también estaba solo, y que no tenía a nadie más que a ti para contarle lo que había pasado, más tarde salí de la escuela y volví a Viña, a la oficina, ya no había nadie, y me vine al departamento, y aquí estoy, para qué repetirlo, solo.
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