Pasó poco tiempo desde el día de la venganza. Yo estaba en mi taller haciendo los últimos retoques a un nuevo invento para el hogar.
Nikita me llamó por teléfono desde el jardín de infantes, No lo hacía muy a menudo, por lo cual me preocupé un poco.
- ¿Pasó algo, querida? pregunté dejando sobre la mesada el aparato en el que estaba trabajando.
- Llamó Ricardo, me dijo que no te encontró en casa y no tenía a mano el número del taller.
- ¿Necesita algo?
- Me informó que su papá ha fallecido. dijo con un tono de voz suave y entrecortado.
- ¿Cuándo fue?
- Hace un momento. Están en su casa. Yo ya terminé de dar clases por hoy, enseguida te paso a buscar en el auto y lo vamos a saludar.
- Te espero. contesté y corté.
Dejé el taller todo desacomodado, como es mi costumbre. Me lavé las manos y la cara. Apagué las luces y me senté en la vereda a esperar a Nikita.
Ella no tardó en llegar, dado que el jardín de infantes se encuentra a pocas cuadras de mi taller.
Cuando llegamos a la casa de Ricardo, pasamos sin tocar el timbre porque la puerta estaba abierta. Es lo que se acostumbra en estos casos.
- Lo sentimos mucho. dije estrechando la mano derecha de Ricardo.
- Gracias por venir. dijo Ricardo sin disimular las lágrimas que corrían por sus mejillas.
Recorrí el lugar con la vista y noté que ninguno de los jóvenes conocidos se encontraba en el recinto.
- ¿Le pudiste avisar a alguien más? pregunté.
- Si, les avisé a todos dijo pero ya ves
- y dejó la frase incompleta.
- No importa, nosotros estamos con vos. dijo Nikita.
- Contá con nosotros para lo que sea. agregué.
- Gracias chicos, ustedes son mis únicos amigos. dijo y nos abrazó a ambos.
Estuvimos durante toda la tarde acompañando a Ricardo en ese momento tan difícil. A mi nunca me gustaron esas cosas, en realidad nunca quise asistir a ninguna, ni siquiera estuve presente cuando falleció mi abuela. Pero esta vez era diferente, sentía la obligación de estar junto a Ricardo, y aún más cuando recordaba que nadie se acercó ni cinco minutos para darle el pésame.
Ya era tarde y Nikita debía despertarse temprano, la llevé a casa y volví a pasar la noche en vela junto a Ricardo.
Al otro día, muy temprano, se llevó a cabo el sepelio. La caravana no era demasiado prolongada, solo siete u ocho autos acompañaban el cortejo fúnebre. Ricardo y su mamá viajaban conmigo en mi auto. Al llegar al cementerio, ayudé a cargar el féretro hasta el nicho donde descansaría hasta la eternidad.
Cuando todo finalizó, acerqué a Ricardo y a su mamá hasta su casa y me dirigí a la mía.
Nikita ya se había ido a trabajar. Sobre la mesa de la cocina, había dejado una nota que decía te dejé algo de comida en la heladera, por favor descansa, un beso enorme. Tu vida.
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