Hay fuego tras el horizonte
y el péndulo de la mecedora
no deja de moverse
en el porche de la guerra,
agitado por la calma de un anciano.
Las balas recorren el firmamento
como malditos mosquitos de verano
expeliendo el veneno del odio.
Un soldado de dientes mellados
sonríe a cámara con el fusil en ristre
y una uve contagiosa.
Maldito rambo de ojos desbordados
que más allá de Texas sólo viste desierto,
oculto tras la vestimenta de la guerra
escupes tabaco y rabia por América.
Pronto el horizonte se aniquila y balancea
y el anciano desde el suelo
contempla el miembro desprendido
mientras una voluta de humo y saliva
se desplaza desde la boca del soldado.