Aquella noche había venido a buscarme, yo se lo había pedido, siempre yo, manejando todos los hilos, adoraba tener tanto poder en mis manos.
Caminábamos en dirección a casa, estaba como ido y aunque de vez en cuando me hablaba pronto volvía a dejar paso al incómodo silencio. Como si pudiera intuir que contestaba sin criterio, se callaba porque yo le daba simplemente la razón, con la desidia que me caracterizaba.
Volvíamos caminando posiblemente ella pensando en mi indiferencia y yo en lo rápido y vertiginoso de su pulso, en que estaba profundamente cansado pero la conciencia no me permitía dormir así que pasaba la noche junto a ese cuerpo que no me importaba en absoluto, sólo en cómo me arrancaría al olvido. Me estremecía al recordar lo fuerte y animado de aquel ritmo, lo brutal que resultaba, cómo deseaba hacerme daño y yo que me lo hiciera, cómo me sentía a la mañana siguiente, igual que si me hubiesen dado una paliza, vacío y desencajado. Adoraba la falta de delicadeza en ella a diferencia de antes cuando era tan cuidadosa y ponía tanto esmero en hacerme feliz, ya no me importaba sólo quería que lo sacara de mí, aquel malestar que me revolvía el estómago, aquel sinsabor de la pureza, aquel grito, aquel sacrificio y aquella mentira, sólo deseaba penetrar tan hondo como pudiera y crear una herida tan inmensa que anegara la que estaba debajo, la ahogase entera y ahogase también mi garganta con el llanto que era incapaz de alcanzar con mi sufrimiento sentimental. El dolor físico era la puerta que me habría la llave de la intemperancia, el abuso, el exceso, alejado de la angosta compostura, desmandado, ligero por unos instantes, arrogante en mi atrevimiento, cerca de la libertad como del cielo y al fin de nuevo en la tierra el dolor no permitía recordar sino lo bello de éxtasis.
No tengas miedo a la verdad me decía continuamente, no temas parecer inferior.
Olvídate si crees que voy a arrastrarme yo estoy muy por encima de esas tonterías, sólo me humillo por mi propia satisfacción, sólo porque ya no tengo alma, me robas todo lo tomas sin pensar que la belleza se acaba. Manipulas, interpretas la sonrisa que me hizo responsable de tu descalabro, yo no soy así tú lo sabes, estoy fuera de todo, dentro de ti, pero arrancándote las entrañas con manos de raso púrpura como le hubiese gustado morir a más de un poeta, bésame con lo que ya no te quede, sabré agradecértelo.
Y si nunca, por cualquier motivo, alcanzas a comprender mis motivos yo te los explicaré sumergido y hondo como los demonios, atormentándote, ahogándote, y en esa asfixia, triunfador, sabrás, tú, conocedora de todo, que nunca me fue posible odiarte tanto pero tampoco amarte y para colmo de mi ira me perdonarás y yo estaré aún más perdido que es como se siente un ser cuando aprecia que dentro de sí la culpabilidad, ese sentimiento irracional lo desola sin que sepa ponerle fin.
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