Andaba sola y triste y no sabía por qué. Su madera extrañaba un abrazo que conocía pero no recordaba a la perfección. Ella esperaba a alguien, como espera una mujer en soledad, al amor.
La puerta del baúl que la cuidaba, se abrió de momento y entonces supo de forma mágica, que las manos que mejor le comprendían, venían a besarle y admirarle. Sin tiempo para más, fue colocada sobre un pequeño sofá al lado de un mueble con espejos y múltiples fotografías que no pudo entender a cabalidad, y mientras unas mujeres lo maquillaban, sintió celos.
Necesitaba decirle algo y fue cuando él la tomó al vuelo y de pronto apareció aquella inmensa oscuridad, pero al sentirse conducida sobre el pecho, también sus miedos se alejaron. Ella era ahora el centro de su atención. Y recibió unas primeras caricias sobre las cuerdas, suavemente y con maestría.
A tono de un genial punteo el viento cedió coludido atravesándole totalmente, -y la guitarra dulce se rindió con sonidos de tristeza-. En medio de sus sollozos, pudo ser amada como se ama con la palma del alma, percibiendo incluso, lo que se siente cuando se encuentran dos destinos satisfachos, sin esperarlo. Todo, absolutamente todo, se dibujaba entre sorpresas.
En lo máximo de sus sensaciones, explotó en música libre y soñó bebiendo del cielo, hacerse luz. Ambos se inspiraban con los ojos cerrados, comprometidos en bajos y agudos.
Mientras recibía de sus manos pasión, cientos de miradas escondidas le confundieron. Prefirió no hacer caso de sus alucinaciones y seguir siendo la dueña de los ojos de su trovador. Y encontró complacencia. Escuchaba suspiros que llegaban hacia donde ambos enloquecían. Otra vez no hizo caso de aquello -por cierto era sólo una guitarra, no sabía más que ser tocada-.
En una especie de poética conjunción, su trovador la llevaba a lo más profundo, arráncandole notas que ella no sabía que podría brindarle. Al hacerlo, se sonrojaba. Y dulce, como el almíbar que provoca el rose con una hermosa sensación sublime, no pudo más y dejó brotar su manantial entero, otra vez, hallando su reflejo sobre sus ojos. Con la voz de su trovador cerca, se sentía libre y protegida - como cuando eres agua y bajas a velocidad, por entre las quebradas, allá en lo alto de las montañas que pueden cobijarte-.
Estrujaba su madera como si tuviera muslos, quería abrazarle sin brazos, besarle sin labios, con cada sonido que le hacía producir su trovador. De pronto aguardaba. Y así sucesivamente hasta escuchar los latidos de ese corazón musical que llegaba desde el pecho enaltecido de su amado. Su conclusión era una sola: estaba al lado de quien sí sabía cómo hacerla ser, de todas, la mejor.
La suavidad perfecta con que la música nacía, era como ver el rocío caer por entre las hojas de los árboles. Era de ambos, como un hijo, de ambos. Y mientras le cubría la piel la inmensidad de aquel descubrimiento, -que ella imaginaba privado- aquella tibia noche de verano, se terminaba sin remedio.
Sus agudos nítidos finales fueron tajantes y se transformaron sorpresivamente, en un pleito generalizado por el más grande aplauso, entre aquellos ojos ahora iluminados que ella pensó como alucinaciones. El lugar era inmenso, no estaban solos. Se sintió de pronto desnuda con el alma abierta. Fue demasiado: la había expuesto a todos, de la forma más fría posible.
Gritándole para que la salvara, murió dejando caer una lágrima en desaliento, olvidando todo en el último segundo, con el amor de nudo en la garganta.
- Y fue entonces, mientras bajaba el telón, que entendí de lo que había sido testigo.
La función había terminado. |