Llegó una mañana de invierno, las calles estaban desoladas y húmedas después de la tormenta que aquella noche azotó la pequeña ciudad de Modena. Al bajar del taxi que la llevaba a una de sus más grandes fantasías, su equipaje parecía poco al entrar en la gran mansión de los Bocardi.
Se llamaba Antonia, venia de Inglaterra a estudiar música y arte en la Academia Cultural de Modena. Su vida había girado a los deseos y órdenes de sus padres hasta que estos murieron en un accidente; se sentía sola, desamparada, pero llena de sueños y esperanzas que la hacían fuerte, al punto de sobrellevar casi sin problemas emocionales el deceso de sus seres queridos.
Sus ojos azules, piel blanca y larga cabellera castaña acarreaban las miradas de toda persona que la mirase.
Estuvo alrededor de veinte minutos esperando que le abrieran la puerta. De súbito momento, un hombre viejo, abrió y la hizo entrar, a sus ojos, ella tenía 23 años, siendo la verdad que tenía 28. Era el mayordomo de la Familia Bocardi, su nombre era Ciro, su vejez denotaba gran experiencia en los cuidados y administración de una mansión. Ella saludo temerosa y mientras esperaba a los señores Bocardi en un gran sofá gris, fumaba un cigarrillo. En su mente giraba la idea de irse, se preguntaba porque estaba ahí, porque tendría que esperar a un par de ricachones que, seguramente solo verían en ella un compromiso de cumplir una obligación que adquirieron con sus Padres antes del accidente.
Ronald Bocardi era ingeniero que había hecho su fortuna a costa de esfuerzo y dedicación, nunca había engañado a su esposa, o al menos, eso era lo que el decía; se le conocía en la alta sociedad italiana por ser un hombre de poca fe cristiana, y contrario a la iglesia, intentaba ser el hombre ideal, fiel, seguro de si mismo, y obviamente, con recursos económicos que lo convirtieran en un objeto de admiración, asquerosamente indeseable para algunos, inútilmente agradable para otros. Bajó hacia el vestíbulo junto a su esposa, Alicia Bocardi, la mujer que le había dado 4 hijos, todos ellos en otros países malgastando lo que su padre mandaba mensualmente, bajaba con desconfianza y sin interés en conocer y recibir a Antonia.
Los rumores sobre ella decían que era una persona poco culta, con grandes falencias emocionales y psíquicas, y varias veces su esposo la mandó a un centro de rehabilitación sin resultados positivos. Lo cierto era pues, que Ronald estaba perdidamente enamorado de ella, hacía caso a sus más insignificantes caprichos, todo cuánto quería, él se lo entregaba sin pensarlo 2 veces.
-Es un verdadero gusto volverte a ver Antonia, haz crecido mucho desde la última vez que te vi- afirmaba Ronald mientras se sentaba en aquél sofá gris, y saludaba a Antonia como un caballero errante que hace mucho no había visto a una mujer. Sus ojos parecían salirse ante la belleza de la joven. –Es un gusto Antonia, ¿cuánto te quedarás?- sostenía Alicia que obviamente no se sentía cómoda ante la presencia de esta muchacha. –Pretendo quedarme aquí hasta encontrar otro lugar donde vivir, probablemente estaré aquí uno o dos meses.
El primer diálogo entre la Familia y la joven era frío, la falsa simpatía de Ronald parecía no importarle en lo más mínimo a Antonia, para que hablar del poco tino de Alicia, definitivamente ella debía irse de ese lugar lo más pronto posible.
Cayó la noche, en la cena no hubo palabra ni gesto alguno por parte tanto de Los Bocardi, como de Antonia; su habitación temporal estaba ubicada en el segundo piso de la mansión, era enorme para una persona, estaba decorada con papel tapiz crema, lleno de cuadros de autores locales. Le llamó mucho la atención uno en particular, “la virgen sin rostro”, de Italo Muzzini, para la época y la crítica, era un insulto pintar Surrealismo Nihilista, los colores vivos se entremezclaban con los muertos, de una forma tal que la pintura era casi un cementerio en un día Domingo.
|