NIÑA VIEJA.
Fue el tercer día de otoño,
de un otoño singular
en que la lluvia dormía
y despertaba el mal.
Fue junto a una hoja,
que volaba a descansar.
Tú, te aferrabas a mi mano,
y Yo, a tú rítmico andar.
Doce años tenías, niña vieja,
ni uno menos, ni uno más.
Ese Fíat aparcado
en la esquina del bazar,
fue juez y soberano
de lo que allí, iba a pasar.
Tú mirabas sonriendo,
orgullosa de tu andar.
Yo absorto contemplaba,
la acera al caminar.
Entonces,
ese ruido tan brutal,
esa luz tan imponente
y esa explosión tan fatal.
Yo, volaba por el aire
y la mano te solté.
Contra un árbol me estampaba
y mis piernas ensangrentadas
ya no podía mover.
Los gritos se sucedían,
los lloros de una mujer,
los sonidos de una ambulancia;
y yo, no te podía ver.
Yo grité a un transeúnte
que te fuera a socorrer.
Luego, perdí la conciencia
y no supe, niña vieja,
lo que pudo suceder.
¡ Oh Dios! que gran noticia tuve
cuando de vos me dijeron
que aún podías despertar;
que era un coma profundo,
pero aún se podía esperar
que volvieras a este mundo
que te hizo tanto mal.
Yo, sin piernas, sin palabras,
te corrí a cobijar.
Unas lágrimas cayeron
cuando te pude contemplar
adherida a los tubos;
demacrada e inconsciente
como a punto de expirar.
Yo, miré tu rostro,
niña vieja,
agarré tu blanca mano,
mi ángel más locuaz,
y recé a Tirios y a Troyanos
porque pudieras despertar.
Me traslade a tu vera
en mi silla de metal;
te recité mis versos
que te hablaban del mar.
Tu dormida y quieta
en aspecto muy formal,
luchabas por que te despertara,
una ola de nuestro mar.
Yo, miré tu rostro,
vi lo triste de tus ojos
y la impotencia de mi amor.
Yo, no podía ayudarte,
y entonces, bajé la voz.
Y una antigua letanía
salió a acompañar, tu alma,
que ascendía a saludar a Dios.
“ Porca y mísera es la vida,
que se pierde sin razón.
Más triste es la que queda;
al no haber podido ayudar
a que rencuentren la vida
los que van al más allá.”
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