Cuando mis manos recorren tu geografía, antes de que se expresen los cuerpos y las dejo vagar por esa piel tuya que logra extasiarme, reconociendo cada uno de tus recodos, elevaciones y hondonadas.
Cuando transito con mi boca ese camino que conduce a la pasión, cuando derivo con mis labios y mi aliento; cuando te beso y te apremio con mi lengua, buscando la tuya y sigo el rumbo hacia abajo por tu cuello y tu pecho, y más allá, buscando ese cuenco de ensueño que es tu vulva, donde puedo saciar la sed de sensualidad que me despiertas, te estremeces y... te erizas.
Cuando te bebo, te abro, te poseo y te gozo; cuando pides que siga, que no me detenga, que deje mi ofrenda en el templo de deleites de tu sexo; cuando me exiges; cuando te abres, te ofrendas y atraviesas como en un sueño todas las barreras hasta que sientes que te desvaneces en el orgasmo; cuando me comes, cuando me bebes y te relames con mi savia que, dices, a ti te sabe a miel.
Cuando, exhausta, te abandonas al deleite recíproco después del último espasmo; sonríes apenas, con los ojos entornados, pues ya sabes qué viene a continuación y no te resistes porque lo estás esperando. Sabes que mis dedos van a vagar por tu piel una vez más, hasta que se extingan los temblores y se desvanezcan los estremecimientos; das por cierto que mis manos –esas que te cautivan y celebras–, te acompañarán mientras languideces después del torbellino de sensaciones.
Cuando amago la primera caricia y anticipo el contacto pero ni siquiera llego a rozarte con mis dedos... te erizas.
Para Maria Eugenia y su piel de seda, que se eriza.
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