Son tiempos de indefiniciones, amigo. No es fácil entender qué está pasando, es complicado ver cuando algunos somos ciegos por opción. Estamos en este juego porque queremos estar en él, pero tenemos problemas para mantenerlos en él, creemos que estar es mejor que no estar, y peleamos con nuestros puños que no apuntan a ninguna parte, se agitan hacia delante como brazos que nunca antes han peleado, tan inocentes en su búsqueda salvaje que casi dan lástima, porque los ojos los tenemos cerrados mientras nuestros puños se agitan, y formamos una imagen patética que todos logran ver pero nadie logra entender. Porque en verdad nadie entiende esto tampoco.
Nos tiramos las cartas, antes de empezar, y nos decidimos a jugar, no entendemos porqué pero hay que jugar, hay que intentar ganar, superar lo que parece imposible pero que sabemos que en verdad, en lo profundo, si nos ponemos a pensar, no lo es. Y ahí es que tiramos las cartas, sabiendo todo esto, dándonos cartas en números impares, como para tener que pelear, como para tener que luchar cuesta arriba, como sabiendo desde siempre que iba a tocarnos a nosotros el trabajo de complicarnos.
Mirar las cartas no es complicado, porque mirarlas no implica nada, pero no sabemos realmente a qué jugaremos, tenemos todas las cartas pero no sabemos su utilidad, sabemos qué apostar pero no sabemos donde poner las fichas, sabemos que en verdad no sabemos lo importante. Entonces empezamos a gritarnos, aullarnos, llorar juntos, para ver si eso nos acerca a las reglas que terminamos inventando. Tanta indefinición nos mata, y por eso queremos definir, queremos encuadrar, queremos encarcelar. Sabemos que no es posible.
Son tiempos de indefiniciones, hermano. Estamos perdidos antes de empezar. Nos ganan los deseos de saber qué hacer, pero no lo sabemos. Hay una manera correcta de hacer las cosas, lo intuimos, pero no la conocemos de verdad.
No nos conocemos de verdad, estamos buscando conocernos, como si mirarnos y acariciarnos bastara para conocernos de verdad, cuando como siempre sabemos que eso no es suficiente, que también se necesita tiempo.
Es eso, lo que realmente necesitamos es que pase el tiempo, pero el tiempo es caprichoso, se niega a pasar antes de que pasemos nosotros, debemos acompañarlo en su tranco lento, estamos a su servicio. El tiempo, nos condenará o nos salvará. El tiempo, nos dirá hasta donde podemos jugar las fichas. El tiempo, nos dirá si estábamos en lo cierto. Pero mientras esperamos, inventamos los problemas que nos entretienen y nos hacen olvidar el tranco lento, solo para llegar indefectiblemente a cumplir con el Tiempo que nos toca en suerte.
Espero no perderlo todo, espero no desnudarme demasiado, espero que no me veas como no quiero que nadie me vea excepto vos, pero no vos, sino la idea de vos, alguien que vea el príncipe en este bastardo, alguien que vea el ser celestial que se esconde detrás de esta bestia. Espero al mismo tiempo ver al ser celestial que creo ver, que creo vislumbrar sin aceptar.
Se trata de creer, entonces, y se trata del tiempo. Una de las dos cosas la controlamos, por la otra hay que dejarse controlar, por más asustador que suene. Son tiempos de indefiniciones, amiga, pero estamos acá plantados.
Y entonces eso es lo importante, estar acá plantados, no movernos, porque así nos encontraremos al final, si hay un final para nosotros, los dos plantados, germinando, creciendo, logrando al fin lo que era imposible pero no tanto. Estaremos perdidos, al fin y como nunca antes, en un mundo sin reglas, porque no hay nada que necesite ser ordenado; un mundo sin tiempo, porque ya no va a importar el antes sino el ahora; y un mundo sin protección, porque estaremos totalmente entregados. Estaremos plantados, estatuas de cera buscando no derretirse por el fuego que nos rodea.
Porque, al fin y al cabo siempre creímos, siempre supimos, que las inseguridades serían el ropaje que primero dejaríamos de lado. |