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LA ODISEA DEL ESCRITOR
MATÍAS RAÑA

Le dio una pitada honda al cigarrillo que colgaba tímidamente de la comisura de sus labios, dejando que el humo recorra por su interior y salga en breves nubes por su nariz y fisuras de la boca.

Estaba sentado frente a su escritorio con su pluma y cantidad infinita de papel en algún lugar desolado de Marte, el planeta Marte, que dulcemente lo adopto.

Ya sin nombre que lo caracterice, este hombre sigue escribiendo como lo viene haciendo desde tiempos inmemorables, dando vida a su mundo, Marte, siendo su dios y protector; y entre letra y letra se permite recordar de donde vino todo.

Se recuerda hombre de habla hispana viviendo en la Tierra, a principios del siglo XX, bajo de altura y con rasgos bien definidos de mezcla italiana y regional, de alguna raza aborigen de Sudamérica; se recuerda ambicioso de poder escribir como lo hicieron Homero y Shakespeare, pero sin consuelo sus palabras no salían como él quería.

Cierto día-recordó entre pitada y pitada- un brujo hindú muy alto llego a su vida (o tal vez él llego a la del brujo) que le ofreció la pluma que hoy lo condena a la eternidad del escritor, a que su alma perdure junto a sus obras.

Este le dijo que ciertos errores le darán las pautas necesarias para utilizar bien la pluma, y tan solo le advirtió que todo lo que escribiera, maligno o no, se volvería cierto, hasta que encuentre el camino o la redención por sus faltas. Aún ante este peligro él tomo la pluma, y las palabras fluyeron.

Guerras se desataron y pararon, amores frustrados y cosas extrañas en los bosques ocurrían, y todo salía de su pluma, decorado con una prosa magistral que, cuenta la gente, hacían llorar a las reinas del mundo. Hasta que una vez fue victima de su propia historia.

Despojado de ánimos y parte de su vida, se dio cuenta de las atrocidades que la mente de un solo hombre puede desatar, y resolvió que el exilio a un territorio ubicado en el espacio exterior aún desconocido sería la ideal como castigo, y entristecido escribió su último viaje.

Ya en el desolado planeta donde el tiempo no corría, porque así él lo había querido, sintió el deseo de empezar una civilización nueva, sin errores ni maldad, crear su propia tierra. En 20 días y 20 noches Marte cobro vida.

Satisfecho y alegre salió a la calle a conocer nueva gente, pero pronto se dio cuenta que ellos ya no lo veían. Él estaba en todas partes, era omnipresente, era él el autor, y todos los demás sus personajes.

Nuevamente triste y desolado dejo la pluma solo por un día y toda su utopía cayo en manos de su propia gente, que ignoro todo y poco a poco se convirtió en una nueva Tierra.

Desesperado por este error, intento remediarlo, pero solo le salían plegarias en su papel, y pronto se realizo que ya no escribía para la gente sino que él creaba a esa gente, junto a sus necesidades, deseos, amores y cada situación que había en su vida, hasta su muerte, y todo lo escribía en un libro eterno. Se había convertido en el dios de esas personas, ateniéndose a las consecuencias de lo que su mente le había tramado.

Pensó (y lo sigue haciendo) en morir, pero eso es algo que no le es concebido. Su sola desaparición sería el Apocalipsis, y existe una razón todavía mas grande: destruir a un dios implica el poder de otro mucho mas poderoso, y en su reino, nadie lo igualaba.

Texto agregado el 26-02-2004, y leído por 343 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-02-2004 Maravilloso yoria
 
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