Llantos se oyen en los rincones,
De cada uno de estos vagones.
El largo tren de la tristeza
Se va moviendo serpenteante con torpeza.

Se niegan a abrir sus ojos,
Por ello son ciegos y cojos,
No entienden que la inocencia ha quedado atrás.
Y que no tienen ningún más allá.

Entre ciegos el tuerto es rey,
Aquí, esa es la única ley,
Pues a este pueblo sus dioses los han abandonado,
Dejándolos en este miserable estado.

No entienden que su niñez se ha marchado,
Y que la juventud se ha marchitado.
Solo se retuercen malheridos,
Cada uno de los grises estíos.

Abran sus ojos y miren,
Que la inocencia ya no está aquí,
Ya es hora que todos retiren
Sus congojas, es hora de partir.

Ya es hora que amanezca,
Pues el sol no se ha puesto para nadie,
No esperen que la suerte aparezca,
Pues esta está siempre en el aire.

Alcen sus voces y griten con fuerza,
El fuego del amor arde en sus corazones,
Y nuestra música siempre refuerza,
Sus gritos y sus razones.

Alcen sus manos y griten sin miedo,
Que nosotros estamos aquí,
Nuestros poemas derretirán el hielo,
Del que lloró cuando yo reí.

Abran sus ojos y miren al cielo
Que la luna ilumina también,
Pues nuestras historias no tienen recelo,
Y el sol no es necesario, mientras escritas estén.

Pueblo maldito, no lloréis,
Que la maldición es suya,
Y vosotros no queréis
Que la felicidad huya.

Alcen sus voces y griten al mundo,
Que el artista vencerá al rechazo,
Y no será este más que un retraso
Pues si no hay arte, yo redundo.

Y repetiré valientemente
Que el artista no perecerá,
Y daremos nuestras obras
Al que realmente las amará.