PESCADOS EN LA TINA
– UG SEMGHPPPP
– ¿Está bien así?
– IGUGUG R JR UMÑR
– ¿Y ahora?
– ¡RHPPPPHRRR!
–¿Qué dices? –dijo el hombre, deteniendo el masaje para darle una palmadita en la espalda–. Deja de jugar.
– ¿Qué? ¿No entiendes el idioma de los peces? –dijo ella, sin gorgoritos, esta vez sin agua en las palabras.
–No –contestó el hombre sonriendo.
– Primero dije, TE QUIERO; Después, METETE A LA TINA; Y la tercera vez grité... ¡AHORAAAAAA!
–Ya verás cómo lo hago mejor que los peces.
El hombre de un brinco entró en la tina. Juntos, entre besos, crearon fricciones marinas, un tifón que baldeaba la bañera. No hubo censura, salvo en los gemidos ahogados en saliva o en el agua derramada que escurrió por debajo de la puerta, humedeciendo el pasillo y unos inadvertidos calcetines rosados yendo a la cocina. Entonces los mojados calcetines, en busca del origen del agua y las risas, chapotearon lentamente hasta la puerta cerrada del baño.
Le habían engañado, mentido: No tenían sueño. Y dolida, muy dolida, volvió a la cocina a revisar los cajones, y detrás de los cuchillos cogió lo que buscaba. Luego abrió la puerta donde se divertía la pareja.
– ¡Francisca! –exclamaron los desnudos, erizando el espinazo y separándose a cada extremo de la tina
Y Francisca, al sentir que sobraba, dejó caer una lágrima y su patito de hule.
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