Había pasado el día en la biblioteca, en busca de un libro especial, y después de varias horas de indigaciones infructuosas, había acabado por encontrarlo. No podría exactamente describirlo ; se titulaba El Tótem; no mencionaba nombre de autor; su cubierta de cuero era incrustada con cascos brillantes y coloreados, hechos en una materia indefinible.
Pero estos detalles no tienen importancia. Lo importante, es lo que se produjo cuando lo abrí. Sus páginas afiligranadas apenas habían entrado en contacto con el aire, que se incendiaron; las llamas subieron derecho hacia las vigas, envolviéndome con su aliento ardiente. La catástrofe era completa; la biblioteca ardió como una antorcha de resina.
El pelo de mi cara chamuscado y humeante, huí por la escalera. En el momento en el que salvaba el umbral, la puerta de roble se cerró detrás de mí, como si una mano brutal la hubiera empujado. Llegado al piso bajo, anduve hasta la noche por la ruina del laberinto en el centro del cual se levantaba la Torre de la Biblioteca.
No tenía meta, me divertía a saltar por encima de los desprendimientos, a hundirme a veces en la contemplación de una estatua derribada y agrietada. Es solamente cuando la oscuridad fue total que me decidí volver hacia la entrada baja y abovedada de la Torre. Una a una, subí 1558 de las 1564 escalones que cuenta esta escalera, parándome sólo una vez con vistas a la puerta de la biblioteca, bajo el pretexto de recuperar mi soplo.
De repente, una mano invisible empujó el batiente macizo, liberando la hoguera. El fuego se metió en la escalera, y he sido tomado en su tornado. Quise proteger mi cara con mis brazos, y en menos de unos segundos mi pelo hirsuto se ha consumido; sabía sin embargo que este reflejo de protección estaba vacío de sentido. Afortunadamente para mí, la puerta casi se cerró en seguida con una gran bofetada que resonó en la Torre, y las llamas se desmayaron en el aire recalentado.
Entonces, observé que una luz macilenta se colaba por una saetera, y acercándome a la abertura pude echar un vistazo por fuera. La luna se había levantado, derramando sobre el campo un velo lechoso y raro, mientras que por las ventanas de la biblioteca las luces bailadoras del incendio se proyectaban sobre las frondosidades del bosque próximo. Movido por un instinto milenario, levanté mi hocico hacia el astro pálido y, por cuatro veces, lancé hacia él un aullido prolongado y terrible.
¡Cuál no fue mi sorpresa al oír, como si fuera un eco, un nuevo aullido qué parecía brotar del cubierto del bosque! Miré por este lado, aspirando febrilmente el aire nocturno, y vi que un círculo rojo y semejante por la forma a un círculo de humo, se elevaba por encima de las ramas, en el mismo momento en que el incendio hacía estallar una ventana y saltaba afuera... !Atravesando este círculo como una flecha!
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