Del mismo modo que a diario saludo al nuevo día y doy las gracias: le agradezco el poder despertar y verlo; de la misma manera de doy gracias a la vida, por la vida; al simple y maravilloso hecho de estar sano; al privilegio de hacer todos los días lo que quiero y –lo que es más importante–, querer todos los días lo que hago; y por el sueño reparador luego de una intensa jornada de trabajo.
Así, con la misma intensidad y sentimiento, te doy las gracias.
Gracias por las pequeñas y simples cosas cotidianas: por el aroma del café que me das cada mañana; por el plato de comida que te esmeras en preparar, sólo porque sabes que me gusta; por cuidar que mi camisa luzca impecable; por elegir y compartir en la cena mi vino preferido; por regalarme ese perfume que –además de gustarte–, es el que mejor le cae a mi piel; por mi juego de ajedrez y por dejar sobre mi almohada ese libro que sabes que no he leído.
Darte las gracias, mujer, por estar ahí en los pequeños y tan importantes detalles habituales. Por estar a mi lado en salud y enfermedad; en riqueza y en pobreza; en alegría y en tristeza, porque esa es la verdadera manera de amar.
Quiero, también, darte las gracias por ofrecerme cada día tu cuerpo generoso, tu grupa insolente y tu sonrisa; tu cabello cayendo en cascada sobre la opulencia de tus pechos; la seda de tu piel y la vehemencia con la que te entregas.
Debo hacerlo, mujer. Debo y quiero darte las gracias por tus cuidados y tus caricias; por tu sensualidad y tu disposición; por tantas noches y tantas madrugadas en las cuales, adormilada y sin despertarte del todo, me recibes de buen grado; gracias por buscarme y reclamarme antes de apagar la luz; gracias por tu voluptuosidad en las noches de luna llena; gracias por dejarme contemplarte cuando duermes; por regalarme esa maravilla renovada que es cada orgasmo compartido.
Gracias por la calidez de tu cuerpo, pegado al mío, al dormirme y al despertar. Gracias por dejarme poseerte y hacerte mi mujer. Gracias por honrar mi condición de hombre.
¿Cómo no darte las gracias?
¿Sabes? La línea que separa a la gratitud del amor es tan tenue e incorporea que, a menudo, ambos valores se confunden. De todos, la gratitud está tan cerca del amor que esa frontera tan delgada como inasible pemite y favorece el paso de un sentimiento a otro; tan sutil, es ese límite... como los destellos de tus ojos en una mañana de sol, cuando miras el mar.
Escrito para María Eugenia, con mi gratitud
© 2007 by Simon Paterson (Luis Videla) |