Esa mañana la peste ya era insoportable, un olor agrio recorría el edificio y golpeaba las narices. Rodríguez parecía no haberlo notado y menos aún su hijo, a diferencia de las moscas que llegaban al edificio de todas partes y de todo tipo; azules, negras, pequeñas, grandes, silenciosas...
— ¡Jacinto, el matamoscas! —gritaba desesperada una de las vecinas—. ¡Rápido que se comen al niño!
Se intentó todo tipo de cosas, se limpiaron subterráneos y departamentos, se hicieron mandas, curaciones y penitencias. La situación se hacía inaguantable y nada parecía dar resultado.
— ¡Salga Rodríguez, cómo es posible, es inaguantable!
Anteriormente hubo otros, pero esa mañana el culpable era Rodríguez, el hombre del 43, o más bien su hijo y los vecinos habían juntado ya tantas firmas como moscas sobrevolaban sus casas para deshacerse de ambos a toda costa, o al menos del niño.
Días atrás una familia entera fue lanzada a la calle. Era gente nueva, seguramente no eran siquiera de por ahí cerca; eran raros, nunca nadie quiso hablarles. Según algunos el olor se fue junto con ellos, pero luego decidió volver. En realidad nadie sabía ni le importaba si era el mismo olor de antes o era otro.
Doña Eduviges, la viuda del 64, siempre dijo que la culpa era de los perros del jubilado del 63, el que solía decir que la peste dormía en las sabanas sucias de hombres de la mujer del 21, la que creía que los nauseabundos era los viejos del sexto piso. Sin embargo, ese día todos estaban de acuerdo, era el hijo de Rodríguez.
El pequeño, que poco entendía, apenas lograba escuchar sus propios llantos entre tanta gente que gritaba ahora dentro de su casa. En realidad, poco más que llorar podía hacer mientras dos vecinas gordas le sujetaban sus patitas y el veterinario del 31 sacaba rápidamente una jeringa para acallar sus gritos de un solo pinchazo.
Las moscas se fueron junto con el pequeño, y después de unos días de su muerte ya casi nadie se acordaba de la peste. Fue tal su sensación de angustia y asco que el olor mismo huyó lejos. Quizás decidiese volver más adelante, ahora seguía errático a las moscas que no lo esperaron.
|