Las moscas zumbaban al rededor de la cabeza del perro. Este las espantaba moviendo las orejas, pero seguía olfateando el cuerpo tendido en el piso, hinchado y duro, de alguien que le recordaba, a pesar del mal olor, a su amo.
Dos zopilotes se disputaban, a poca distancia, una parte de intestino recién extraído del cadáver y brincaban uno frente a otro como poseídos por una extraña sensación de ansiedad.
Debajo del muerto pululaban miles de gusanos y larvas de mosca, como queriendo eclosionar para apurar, un poco más rápidamente, aquella masa de carne repugnante.
Las cavidades de los ojos, otrora azules, simulaban dos huecos perfectos rellenos de más gusanos y partículas de barro.
Por los huecos de la nariz asomaban una media docena de cucarachas, semejando mucosidades sanguinolentas con patas.
Otros perros esperaban, a pocos pasos, la salida del perro inicial.
Dos escarabajos rodadores, empujaban sendas bolas de excreta por la hierba, la cual crecía salpicada de manchas de sangre coagulada.
Haciendo marco, una luna en creciente, le daba el aspecto final de una parodia.
Frente al cuadro de Dalí, un niño comía con fruición un “hot-dog” delicioso, empavonado de salsa de tomate y mayonesa, más extasiado por el sabor del bocadillo que por la imagen...
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