Aunque nadie lo pueda creer, he descubierto el secreto del universo... y fue casi por casualidad. Fue una tarde cualquiera, en que mientras estaba ocupado de existir y de dar fiel cumplimiento a los minutos de mi vida, de pronto te acercaste a mi y mirándome de frente me dijiste “¿Te puedo preguntar algo...?”. Fue en ese instante, al levantar la vista, que ante mis ojos apareció como una visión una galaxia gigantesca. Sus millones de estrellas formaban las más extrañas constelaciones y mi mente, poco acostumbrada a leer los signos de los astros, trataba de reconocer y trazar en ese mar de luces pequeñas y titilantes las más diversas formas de dragones, criaturas míticas e imaginarias, delfines, flores y hasta de dos gatos jugando a alcanzar una madeja de lana. Sin embargo, todo el espacio se movía a mi alrededor... parecía que mi cuerpo caía, atraído por una misteriosa fuerza gravitacional hacia una luz más intensa que las demás. Su fulgor era extraño, azul, como la profundidad del mar, pero luminoso como una estrella, o tal vez miles de ellas.
Fue así como caí en aquel planeta. Su atmósfera, aunque era cálida, parecía tener algo que provocaba que un escalofrío recorriera mi piel de arriba abajo, paralizándome ante la enorme extensión de un desierto de arena azul en el cual mis pies se iban enterrando. Aún así, en el aire podía percibir algo familiar, un aroma dulce que aunque no lograba identificar sentía que me provocaba una gran sensación de bienestar, era claramente ese aroma que en la tierra siempre me hacía cerrar los ojos e inhalar lento, profundo, disfrutando cada instante y que permanecía en mi mente aún cuando para los demás ya era imperceptible.
De pronto, un fuerte murmullo comenzó a inundar el aire, y un temblor, muy suave al principio, se transmitía por la arena haciéndose cada vez más fuerte. Aunque mis ojos aun estaban abismados con la visión de aquel desierto azul, comencé a reconocer a la distancia la figura de miles de guerreros que avanzaban hacia mi a gran velocidad haciendo temblar el suelo bajo sus pies.
Por un momento pensé en huir de aquel lugar, aunque claramente no tenía a donde ir pues cubrían todo el horizonte como si se tratara de una estampida de búfalos aplastando todo a su paso. Sus refulgentes armaduras reflejaban el brillo de los dos soles que iluminaban aquel desierto como si una avalancha de diamantes cubriera la arena azul. Traté de reconocer sus formas, sin embargo ninguno era igual al otro. Algunos tenían varios brazos y en cada uno empuñaban una espada hecha aparentemente de metales de los más diversos colores, pero que al igual que sus armaduras reflejaban como relámpagos la luz solar. Por un momento pensé en un ejercito de androides o máquinas de guerra avanzando decididamente en dirección a mi.
De pronto descubrí que a mis espaldas otro ejercito se acercaba con igual fiereza y velocidad. A su paso una gruesa nube azul se elevaba por muchos metros, provocando la impresión de la espuma que dejan las olas al reventar en la playa. Sin embargo, estos guerreros a diferencia de los que tenía frente a mi, tenían un aspecto que recordaba a monstruos mitológicos, con duras corazas naturales que parecían venir de las fases más antiguas de la evolución y filosos cuernos sobre sus cabezas, los que amenazaban claramente atravesar todo aquello que se pusiera a su paso.
Aunque al principio había tenido miedo de hundirme en la arena, ahora solo deseaba que eso ocurriera. Dos monstruosos ejércitos corrían sobre ese desierto decididos a enfrentarse en una feroz lucha cuerpo a cuerpo, metal contra coraza, espada contra cuernos y yo estaba allí parado, impávido en medio del campo de batalla.
Poco a poco las figuras se fueron haciendo cada vez más grandes y el temblor en la arena se volvía un cataclismo, y al final de lo que parecieron ser al mismo tiempo largas horas o breves minutos, los dos ejércitos ya se encontraban frente a frente formando imponentes murallas, una al frente y otra detrás de mi.
Hubo un instante de silencio... el temblor cesó.... el ruido de los metales y resoplidos desapareció para dejar paso solo al ruido del viento, suave y perfumado, que seguía provocando escalofríos en todo mi cuerpo. Por un instante volví a pensar en mi lejano planeta Tierra, en las noches estrelladas de la cordillera, en la deliciosa bruma del amanecer costero, en las flores silvestres que bordeaban los caminos de tierra de mi pueblo natal o el canto de los pájaros que me despertaban cada mañana de mi infancia...
De pronto, como si todas las fuerzas del universo se hubieran concentrado en ese desierto en medio de un planeta azul a millones de kilómetros de la Tierra, un estruendo ensordecedor dio paso al avance final. En un instante, como una ola que revienta, ambos ejércitos se lanzaron a la lucha y yo quedé en medio de ellos.
Como si nadie pudiera verme, esos seres se enfrentaban en un fiero combate cuerpo a cuerpo a solo centímetros de mi. El filo de las espadas de los seres de metal cortaba en aire con precisión para chocar contra las duras corazas de sus oponentes, que como animales prehistóricos luchaban por atravesar el metal con sus afilados cuernos duros como la roca. Sin embargo, pese a lo encarnizado del combate, ninguno lograba someter al otro. Los seres de metal recibían los impactos bestiales de sus oponentes y saltaban lejos chocando con la multitud de combatientes que más allá luchaban también con fiereza. Sin embargo, unos instantes después se incorporaban nuevamente para volver al ataque con sus espadas, las que, a pesar de su dureza, no lograban atravesar la coraza de sus oponentes.
Allí estaba yo, petrificado en medio de un combate que parecía ser el Armagedón de aquel planeta azul, cuando de pronto una voz sonó como un trueno, como si fuera la voz de Dios en el Sinaí.... en un instante, mis pies se despegaron del suelo, en milésimas de segundo empecé a elevarme y con una velocidad impresionante me alejé dejando a los dos ejércitos enfrascados en su batalla. Una fracción de segundo y el planeta azul se alejó vertiginosamente mientras mi cuerpo parecía ser absorbido por una aspiradora gigante. Otra fracción de segundo y quedaban atrás las estrellas y constelaciones de animales extraños que ya casi habían desaparecido de mi recuerdo... de pronto toda la galaxia comenzó a tomar la forma de dos pupilas y ante mis ojos todo el universo se reconstituía. Solo fue necesaria otra fracción de segundo para salir de aquel universo y encontrarme parado frente a ti. Ahora sí pude reconocer la voz del Sinaí cuando me repetiste impaciente “¡Te estoy hablando...!”. Yo sonreí mientras inhalaba lentamente aquel perfume dulce que otra vez inundaba el aire... habían pasado solo algunos segundos, pero yo había descubierto el secreto del universo, aquel que ni siquiera Einstein pudo descifrar... es en tus ojos donde habitan el tiempo y el espacio... |