LA FRUSTRACION.

Hoy quiero hablarles, de uno de esos personajes que rellenan con sus historias las carteleras. Uno de esos personajes que no salen en las películas, pero son imprescindibles a la hora de crearlas. De uno de esos cincuentones, que viven sumidos en la melancolía, absortos en el recuerdo de un pasado, que tal vez, no existió nunca. Hoy quiero contarles la historia de una vida dedicada al arte noble de la invención. De una vida llena de historias que jamás ocurrieron. De una botella de Whisky y una vieja maquina de escribir. De un viejo decorado y un puñado de actores. De una ilusión maldita y del gusto dulce de un fracaso.

Nuestro protagonista desde su más tierna infancia, asistía al cine. Su padre era uno de los taquilleros de un pequeño cine. Y tras, la extraña desaparición de su madre; su padre le llevaba todos los días al cine; para tenerle controlado las frías tardes de invierno. Allí vio majestuosas películas que imbuyen el recuerdo colectivo de múltiples generaciones. Películas como: “Casablanca”, “Lo que el viento se llevó”, “Ciudadano kane” o “Apuesta de alquitrán”.

Una tarde, de esas en las que le gustaba caminar con su gabardina usada, por el casco antiguo de la ciudad. Una tarde de esas, en que la lluvia caía pausada pero inexorablemente por las estrechas calles. Entró en una tasca, y pidió un vaso de whisky para entrar en calor. Se sentó en una de las mesas de madera del pequeño local. Enfrente de él, tenía sentadas a dos chicas jóvenes. Una pelirroja de pelo corto, no muy alta, con ojos profundos que llamaban la atención. Él se quedó observándola, mientras encendía un cigarro. Ella hablaba con voz amable y tranquila. Le contaba a su amiga como había sido asesinado su padre; ponía tanto amor, tanto sentimiento y tanto cariño en cada palabra, en cada frase; que él, se estremecía al escucharla. Ella hablaba sin resentimiento, sin una pizca de reproche en sus ojos; pero al mismo tiempo, con un dolor y un sentimiento tan grande. Que a él; se le formó un nudo en la garganta, y una lagrima asomó a su rostro. No recordaba la última vez, que había llorado. Tenía unas ganas irrefrenables de abrazarla, de hablarla, de consolarla, de cubrirla a besos y de compartir sus lágrimas. Pero no hizo nada, ni siquiera fue capaz de volver a mirarla. Sólo podía escucharla embrujado por el encanto que desprendía de sus palabras. Él se quedó mirando con su gabardina mojada, su cigarro en la boca y un vaso de whisky en la mesa, mientras; ella majestuosa y misteriosa desaparecía por las oscuras, frías y lluviosas callejuelas de la gran ciudad.

Él se convirtió en un guionista de éxito. Todos sus guiones eran historias de amor. Sólo hablaban de amor y de sus inevitables facetas. De convivencia y cariño; de pasión y alegría; de amores desgarrados y finales tristes. En todos sus guiones aparecía la lluvia, las grandes urbes y unos personajes fruto de la melancolía que hablaban de últimas oportunidades perdidas. Directores afamados dirigieron sus guiones. Firmó contratos multimillonarios.

Pero él estaba triste, no era feliz. No le gustaban sus guiones. Se sentía incapaz de transmitir lo que quería. Era un hombre preso de sus limitaciones. La ilusión que ponía en cada historia, en cada guión, en cada personaje; se transformaba en desilusión, dolor y frustración. No era capaz de transmitir lo que sintió, aquella tarde, sentado en no sé que oscuro café, cuando una misteriosa chica le hizo alcanzar por un instante; la plenitud del amor eterno.