CINE, JAZZ Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL.
Hoy hablo de mí. Hoy hablo de mi presente con briznas de pasado y lamentos de futuro. Hoy hablo guarecido junto a mis viejos fantasmas, tras los muros de un antiguo cine. Afuera, la madrugada tempestuosa y fría vislumbra la trágica despedida. En la calle, la lluvia arrastra los recuerdos por las grises aceras. En el interior, inquieto me abrazo a su delgado cuerpo.
Todo anunciaba el final del encuentro. Ella apoyó su cabeza sobre mi cuerpo, mientras sus manos jugaban a recorrerme en la impunidad de la oscuridad y el silencio. Mi corazón lloraba el final de un viaje que trató de ser eterno. Nuestro amor fue un bajel pirata que se hunde con las bodegas repletas de tesoros. Ella formaba parte de la construcción nacional. Era una parte de la ilusión de un mañana perfecto. ¡Cómo platicaba de la construcción nacional! Sus ojos brillaban de felicidad, su acento vibraba con ilusiones de futuro, su boca se llenaba de las palabras justicia, libertad y patria como sí fuesen una sola. Estaba tan exultante, tan guapa, que yo callaba, sonreía y con susurros trataba de explicar mi incapacidad natural para comprender esos términos tan grandilocuentes. Mis silencios cobardes, mi autoexclusión inútil y mi incapacidad para explicarla mis sentimientos, hicieron nacer un muro recubierto de abismos en nuestras pequeñas intimidades.
Recuerdo, cuando me invitaste a visitar Buenos Aires. Yo siempre te hablaba de Buenos Aires, de sus teatros, de Borges, de Bioy, de Maradona, de Gardel, de Elíseo Subiela... una tarde, te presentaste con tu sonrisa y me dijiste: “ Haz las maletas que nos vamos.” - Habías comprado dos pasajes para la Argentina.- “ Quiero formar parte de tus sueños.”- Fue la frase más bonita que me habían dicho nunca, te abracé, te besé y te dije: “Tu, eres mi único sueño.” – Fue un viaje maravilloso, juntos fuimos descubriendo lugares que la letra impresa nos había hecho soñar. Juntos fuimos descubriendo que la felicidad con mayúsculas también existe.
Recuerdo la conversación que tuvimos en una pequeña cafetería de Buenos Aires, mientras descubríamos el sabor del mate, tú dijiste que el problema del amor, es que tratamos de transformar al otro y cuando lo conseguimos, descubrimos que la persona en que lo hemos convertido, ya no nos interesa.
En el último año, ni siquiera habíamos discutido. Cada uno era un secreto para el otro y el silencio nuestro habitual compañero. Con frecuencia, recordaba con nostalgia la pequeña tienda de discos y libros, que regentaba mi padre en mi Pueblo natal. Era curioso verle con su boina calada, sus grandes manos marcadas por el campo y el cigarro liado en sus vetustos y gruesos labios; poniendo en el gramófono un viejo disco ya rayado, del lejano y misterioso Louis Amstrong. Yo aprovechaba cuando él cerraba para sumergirme en las obras de Camus, con la tos de mi padre y el saxo de Amstrong como bandas sonoras. En los últimos tiempos, Camus acechaba mis pensamientos.
Camus era un hombre en una encrucijada constante. Nació en Argel durante el periodo colonial; hijo de un joven colono francés y una inadaptada madre española. Su padre murió en Francia durante la Primera Guerra Mundial; mientras él, era sólo un proyecto en el útero materno. Sacrificio, trabajo, mucho trabajo, solidaridad tanto vecinal como familiar, lágrimas, sudor y el empuje del viento cálido, mágico y exultante de leyenda del norte de Africa le sacó adelante.
Él, respiró del choque entre una ciudad que trataba de ser europea y unas gentes que luchaban por mantener sus tradiciones. Él, vivió el despotismo de la Metrópoli sobre la población indígena. Él, sudó la tierra, comprendió a los árboles, conversó con su seca naturaleza y lloró junto al mar. Una tarde se convirtió en un extranjero en su tierra. Argelia se independizó entre las atrocidades francesas y las bombas rifeñas. Su lugar en el mundo saltaba hecho cascotes; Argelia ya no sería la misma que él saboreo en su juventud. Tuvo que elegir entre ser francés o ser argelino. Tuvo que renunciar a su pasado, a las calles que le vieron crecer, a la sonrisa de su primera novia, al campo de fútbol que le vio jugar de portero, a los amigos con los que fue compartiendo el fascinante viaje de la vida. Tuvo que renunciar, a repasar las calles que construyeron su infancia y adolescencia, a sentarse en el banco donde besó por vez primera o al escondite secreto desde donde soñaba con ser escritor. Y a pesar de estar tan cerca de sus playas, no podía estar tan lejos de la tierra que fregó su madre y cultivó su padre.
Un día descubrió que ni era francés ni era argelino, y al mismo tiempo no era otra cosa que un francés y un argelino.
Nuestro amor fue muriendo lenta e imperceptiblemente. Nuestro amor, lo fuimos dejando morir por miedo a matarlo. Eramos incapaces de discutir, de dialogar, de hablar por miedo a que eso produjese una ruptura; preferíamos el abismo del silencio y de la soledad.
Empezaste hablar del enemigo, del extranjero, del distinto, del subersivo como los culpables de todos los males. Empezaste a hablar de prohibir, de construir muros, pedir visados... y así no podía vivir contigo.
Hoy con el último beso cada uno cumplira su destino, tu seguiras construyendo tu patria, yo me iré porque no quiero ver en lo que te has convertido.
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