Jueves, 6:08am, metro de Madrid.
“Dios Santo ¡qué temprano!, esto de levantarse a estas horas y “poner las calles” no es tan grato (aunque me dirija a trabajar en algo que adoro: las vacas)” pensaba una y otra vez mientras mi cuerpo vagaba autómata por los pasillos y el andén del metro.
En mi ensoñamiento matutino, sentada en el tren de la línea 7 (Pitis-Las Musas) ya empecé a darme cuenta que no sólo era una de las poquísimas españolas del vagón (y también del tren completo) sino que, además, era una de las dos únicas mujeres.
Poco a poco, conforme “tomaba tierra” en la cruda realidad, fui recapacitando acerca de ese hecho, llegando a conclusiones no menos sorprendentes, pues descubrí, esta vez de verdad, que la realidad siempre supera a la ficción (además con creces).
El resto de mis acompañantes eran sudamericanos (bolivianos, peruanos, chilenos, argentinos, ecuatorianos, venezolanos…), todos con caras tristes y, sobretodo, con los ojillos cerrados (“Normal. A esas horas ni Dios está despierto”). Todos ataviados con botas de punta de acero y monos de trabajo azules o verdes (de la construcción), y con sus mochilas; sí, dos exactamente, una para la ropa de vestir; la otra, más pequeña, para los tupper de la comida (“¡Ni siquiera les dan un bocadillo!”).
Ciertamente caí en la cuenta (sin anestesia, de golpe) que España, nuestro país, ese país que tanto defienden algunas personas acomodadas, no solo socialmente sino también económicamente, ese país que “va y marcha tan bien” según los entendidos, se sostiene gracias al trabajo de “esos inmigrantes que nos quitan el trabajo”. Pues Señores/as, protesto enérgicamente frente a aquellos que critican a estas HONRADÍSIMAS personas que madrugan como los que más, que encima de trabajar en jornadas interminables por míseros sueldos, que no ven a su familia (si tienen suerte de tenerla a su lado), y que si ésta vive en su país de origen les mandan la mitad de su sueldo, que lo hacen porque no les dan trabajo en otras cosas (aunque muchos de ellos tengan su tan afamado “título universitario”, ese que tanto nos exigen a los españolitos, si bien no se aseguran que el título equivalga a sapiencia).
Señores/as ME NIEGO a seguir la corriente facha-españolista de pensar que estas PERSONAS (sí, son personas, que sienten y padecen, como cualquier otra) vienen a robarnos el trabajo, pues, y lo digo con la cabeza alta y orgullo, son las que mantienen a nuestro país, porque ESTAS PERSONAS realizan, con profesionalidad, el trabajo que ningún español quiere, porque “para qué nos vamos a mancharnos las manos con un trabajo así, si podemos ser la última mierda de una gran empresa y tener un cochazo y cuatro casas, aunque nos hipotequemos hasta las cejas. Todo por aparentar algo que no somos: felices”.
Sin duda, deberíamos aprender por partida doble de estas personas, no sólo por ser trabajadoras, sino también porque son humildes.
En definitiva, a España le falta esta última virtud, y deberíamos plantearnos seriamente el intentar encontrarla. Yo recibí el mensaje a la primera y, desde entonces, me esfuerzo por ver más allá del país de origen. Me esfuerzo por ser buena persona. Como ellos.
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