La Brisa pasó corriendo 
por la ladera, y cansada, 
quiso detenerse un rato 
donde el viejo Bosque estaba. 
Y algo le pareció extraño, 
a pesar de ser verano, 
todo lucía enlutado. 
 
Al viejo y cansado Bosque 
cabizbajo lo encontró 
con sombrero despuntado 
que verde cara cubría, 
y una barba desbarbada 
que lucía casi raída, 
y en sus ojos un amargo 
y dolido llanto había. 
Apoyado en un peñón, 
a  orilla de arroyo mudo, 
que con  lento movimiento, 
no quería perturbar 
un tan  sagrado silencio. 
 
Era tan triste aquel cuadro 
que aquella Brisa paró. 
 
–Hola, Abuelo, soy tu Brisa 
que ha venido de visita. 
¿Por qué riegas de tus ojos 
una tan triste agonía? 
¿Por qué tu capa se cae, 
tu sombrero se despunta 
y tu barba está raída? 
 
¿Hay algo que pueda darte 
para ver en ti alegría? 
Es que así como te veo, 
no hay Brisa que tenga vida. 
 
El viejo Bosque cansado 
miró muy triste a la Brisa, 
y ya al ponerse de pie 
cual montaña parecía, 
más alto que la arboleda, 
y mucho más todavía 
que el peñón en que yacía. 
 
–Vete por ahí, mi niña, 
y pregona donde vas 
todo lo que mientras corres 
por ese lado verás 
–dijo señalando el Bosque 
tras el peñón sin mirar. 
 
Ella alzó vuelo enseguida, 
muy decidida a observar, 
todo lo que el viejo Bosque 
le señaló más allá. 
Pero al ver lo que allí había, 
enmudeció, y fue a llorar 
en brazos del viejo Bosque 
que comprendía sin hablar. 
 
–¿Cómo puede un ser viviente 
que se respeta por tal, 
asesinarte, sin miedo 
a perecer él detrás? 
¿Cómo no pueden amarte 
con todo lo que les das? 
¿Cómo te cortan la sangre 
y queman tu voluntad? 
¿Qué corazones de piedra 
te vienen a mutilar? 
 
Si hay algo que pueda hacer 
para parar esta  ruina 
lo  haré –mi querido Viejo–, 
aunque me lleve la vida. 
Es que, así como te veo, 
nunca antes te veía. 
 
El viejo Bosque sonrió, 
con insondable carisma. 
 
–Vete por ahí, mi niña, 
y pregona donde vas 
todo lo que mientras corres 
por ese lado verás 
–dijo señalando el Bosque 
tras el peñón, sin mirar– 
para que así, mientras vivas, 
nadie me pueda olvidar. 
 
Ella se fue con su llanto, 
y silbó cuando al pasar, 
sobre tierra desnuda 
llena de aserrín nomás, 
se entremezcló con Bosque 
que sangraba sin hablar. 
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