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Hacía mucho calor aquella primavera y el pequeño Daniel aún se negaba a abrir la ventana del cuarto por las noches. A pesar de la insistencia y los pedidos de su madre, todo había sido inútil. Su padre la había abierto por su cuenta pero siempre, apenas retornaba a su cama, escuchaba los pasos apresurados del niño, quien corría a cerrarla. Los padres de Daniel no podían comprender a qué se debía la nueva actitud de su hijo. El niño era extremadamente normal: era un buen alumno, muy inteligente y creativo. Le encantaba leer comics, jugar al fútbol y ver películas de aventuras. Realmente no había nada que explicase tan extraño comportamiento. Sin embargo, este persistía.
Las preguntas de sus cariñosos padres siempre encontraban la misma respuesta: Daniel no tenía calor. Pero ellos sabían que esto no era cierto, ya que frecuentemente lo habían encontrado destapado y transpirado por la mañana.
Aquello ocurrió una noche, a eso de las tres. Todos dormían en la casa. Repentinamente, los gritos desesperados de Daniel destrozaron el silencio. Sus padres corrieron escaleras arriba, con el corazón en un puño, mientras los angustiados alaridos parecían llenarlo todo. Al entrar en la habitación, encontraron al pequeño Daniel acurrucado contra la pared, temblando de miedo. Tenías los ojos desorbitados y se cubría con una manta, como intentando protegerse. Su vista estaba fija en la ventana.
Sus padres intentaron tranquilizarlo y le preguntaron qué había ocurrido, pero el chico solo farfullaba incoherencias. “¡Los dientes, los dientes!”, repetía, “Y esos ojos rojos…”.
Su padre se asomó a la ventana. No había nada.
Decidieron que Daniel durmiese con ellos aquella noche y lo llevaron a su cuarto. Pero el padre percibió a lo largo de la noche que el pequeño no dormía. Permanecía tenso y expectante.
Fue a partir de aquel suceso que Daniel empezó a tener problemas en la escuela. Sus maestros dijeron que estaba demasiado nervioso, distraído e irritable. Se pasaba haciendo extraños dibujos en los que aparecía una fea criatura de ojos rojos. Recomendaron la asistencia de un psicólogo. El profesional les dijo a los padres de Daniel que todo se debía a un exceso de fantasía del pequeño. Bastaba con dejar la ventana abierta toda una noche. El niño comprobaría así que nada ocurría y el trauma desaparecería antes de que él mismo se diera cuenta. Así que esa noche, y a pesar de las súplicas desesperadas de Daniel, la ventana fue abierta. Sus padres no habían terminado de acostarse, cuando escucharon al niño cerrar la ventana. El padre subió al cuarto de Daniel y lo retó, mientras habría la ventana. El pequeño se quedó solo, lloriqueando.
Las horas pasaron.
El padre giró en su cama por milésima vez y miró el reloj. Eran las tres. No podía dormirse. Se imaginaba al pobre Daniel, acurrucado y temblando de miedo en su cama, casi cubierto por una montaña de sábanas y con los ojos clavados en la ventana.
Escuchó ruido de pasos en el cuarto del niño.
Seguramente su hijo no había soportado más y se había levantado para cerrar la condenada ventana. “Está bien”, pensó el padre, “Iré al cuarto de Daniel y le diré que todo está bien”. Se levantó y comenzó a subir las escaleras. “pobrecito, ya ha sido suficiente”, se dijo.
Nuevos pasos en el cuarto de arriba. El niño seguramente regresaba a la cama tras comprobar que sus miedos eran infundados.
Abrió la puerta del cuarto de Daniel.
El silencio era total. La luna de primavera bañaba con su luz lechosa la habitación en penumbras. Hubo un suave destello en el piso. Un reflejo. Había algo al pie de la cama. El padre dio un par de pasos hacia allí. Aquello en lo que se demoraban los tenues rayos era un charco. Un charco de sangre. La misma que goteaba, cálida, del cuello desgarrado de su hijo. El niño yacía en la cama con los brazos abiertos y su cabeza colgaba fuera del lecho. Su rostro era una mueca desencajada, congelada en una expresión de indecible espanto. Sus ojos, desorbitadamente abiertos, miraban sin ver hacia la ventana.
Hacia la ventana abierta…

Texto agregado el 29-03-2007, y leído por 137 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-03-2007 el miedo, cómo es...muy bien escrito, claro y sin abusar, me gusta lo sencillo. Kisses tooyou youtoo
 
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