Discúlpame si te herí, 
si mis palabras causaron magro efecto, 
si mis defensas no estuvieron a la altura 
del entendimiento que te ofrezco 
cada vez que mido el tiempo 
que inexorable se aleja 
y me indica que tienes que irte. 
 
Las palabras de ayer no tenían destinatario, 
tan solo reflejo de un día funesto, 
un día en el cual la gente lastima 
tan solo mirándola pasar al lado 
y ver como vegetan miserablemente 
mientras uno se va calcinando 
por las ganas de gritar  
e inundarse en bebidas amargas 
que maceran mejor en lo interno. 
 
La necesidad de tenerte, 
la duda que asalta los sueños, 
las miradas cómplices y ajenas, 
el sol que atrapa y asfixia, 
tantos temas por hablar 
tantos recursos sobre los cuales discernir, 
mas sólo uno ocupa mi existir. 
 
Mi religión no está en un templo, 
mi fe no se encierra en responsos, 
mi fanatismo no sigue imágenes fatuas, 
mi salvación no la he de ganar no haciendo lo que hago; 
la panacea y el placer de vivir se resumen 
en vivir por el placer de experimentar intensamente 
los secretos por más prohibidos que estos sean, 
aquellos que guardas y me entregas 
en momentos mágicos que el silencio se vuelve rugido 
y el aliento nuestro atrapa la ciudad 
cobrando vida el cemento. 
 
No hay reproche ni desencanto, 
tan solo las ganas que el hedonismo se manifieste 
cuando la oscuridad reine en la habitación, 
cuando el tacto sustituya la visión de los cuerpos 
y juguemos como niños 
y perdamos la inocencia de jugar como antaño, 
pues estamos listos para otros divertimentos, 
excelsos e intensos, 
aislados del resto  |