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¡¡Natalie, Natalie!! Siempre me viene a la memoria ese nombre, ese perfume a lilas, esa delicada piel. Una suave brisa que mueve su rizado y oscuro pelo. Una encantadora sonrisa perdida en una oscura mañana que se desvanece con el paso de los días. Sólo me queda eso. No se más de ella. Nunca la pude tener en mis brazos para siempre. Nunca le pude decir con total sinceridad cuanto la deseaba. Cada instante que pasaba a solas con mi pensamiento no era más que dedicarle horas y horas a sus gestos, a sus palabras, a sus miradas. No existía una sola noche en la que no me fuera a dormir sin antes visitarla con mi pensamiento. Me invadía su presencia onírica. ¿Y para qué? Para nada. Solo me conformaba con verla sonreír. Ella vivía feliz en su esfera de indiferencia con el resto del mundo. Ella era feliz. ¿Pero yo? ¿Por qué me maltrataba psicológicamente? ¿Por qué sufría de esta manera? No tomé esta actitud porque fuera mi deseo. Es más no elegí sentirme así y mucho menos supuse que ella iba a hacerme sentir de esta manera. Todo fue surgiendo de manera imprevista. El caso es que me daba igual. Lo único que me fastidiaba en realidad, era tenerla solo como una imagen, como una fantasía, como un vago recuerdo; exponiéndome a que algún día el tiempo y la memoria me arrebataran en un instante esos momentos de felicidad. Entonces ese día estaría muerto.
Si pudiera, retrocedería en el tiempo y aprovecharía cada minuto de mi vida, pues no quiero darme cuenta de que soy joven cuando ya sea viejo.
Hoy ya no tengo fuerzas para respirar. Ya estoy cansado de vivir. Mi cuerpo y mi ser son tan frágiles como mi memoria. He arrojado mi vida a un pantano lleno de angustia y soledad. Y poco a poco voy notando que me muero. ¡¡Sí, me muero!! Grito a los cuatro puntos cardinales que me voy muriendo. He muerto desde el momento en que creé toda una fantasía idealizada por mi mente. Hoy, reniego más que nunca de esa fantasía, porque he construido un mundo de juguete, de plástico, y se derrite a medida que envejezco. Al igual que una de esas velas donde cada lágrima de cera es dolor y sufrimiento. Hoy busco un lugar donde ahogarme, donde perderme sin dar cuenta a nadie. Un vaso de wisky con dos piedras de hielo me bastará para olvidarla. ¡Sí! Ya queda poco para el final de mi existencia. Ya nada tiene sentido. La vida se me ha escurrido de las manos. La muerte me abraza en su regazo acogiéndome con todo cariño. Hoy he muerto, sin decirle que la quiero.

Texto agregado el 25-02-2004, y leído por 145 visitantes. (2 votos)


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