Hay trozos de esperanza que se van almorzando
en el alma, cada mañana, y sin atragantarse;
otros, en cambio, quedan prendidos
en los párpados, en la mirada del tiempo,
en un atardecer cualquiera.
La esperanza es así de antojadiza, no se deja capturar.
Solamente brilla en el claustro del entendimiento
como un arco iris de colores,
disipando negruras, arrumbándolas
en su sepultura.
Tiene la esperanza un destello saturado de paciencia,
estoicismo y sabiduría.
No hay más verdad que ella
¡Sin dudas!
Quizás podamos afirmar,
- a pesar de la perplejidad que ello supone, -
que es la ausencia de toda duda.
¿Será?
Nada, ni nadie, pueden suprimirla.
Resplandece sola, como una llama incandescente,
como si tuviera potestades divinas.
Criadora de verdades,
solamente desnuda a los disfraces,
y a las falsedades asusta.
Por donde pasa, siempre crece la vida,
encendiéndole los faroles a la noche.
Inmaculada y siempre amanecida,
la esperanza se precipita coronada por los dioses,
como si ella misma fuera
un rayo de luz, una ola...
de esperanza.
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