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Querido deshollinador:
Aún recuerdo cuando lo espiaba desde la ventana y usted no me veía. Solía salir el sol cada mañana a saludarme. Horas enteras pasaba observándolo desde los bancos de la plaza. En ese entonces usted estaba ocupado con los quehaceres de las chimeneas así que, mientras sacaba el hollín, yo aprovechaba para verlo más de cerca sin que me prestara atención. Así supe que era usted el que me daría alas, el problema era cómo iba a pedirle que me las dibujara. Usted sabe que soy bastante tímida e insegura, siempre quise alas pero. Tenía miedo a volar muy alto y no poder bajar. Debo hacerle saber, que si los pingüinos ese día no me hubieran convidado con té de alcachofas, nunca hubiera tenido ese ataque de risa, y jamás me hubiera atrevido a contarles tal cuento.Ahora tengo entristecido el pensamiento. Tanta observación para quedarme ciega justo cuando pasó y me dio la mano. ¡Que suerte la mía, y que impaciencia la suya! Si el tiempo no transcurre tan rápido, y la aguja del reloj se atrasa unos segundos tal vez pueda buscarlo y agradecerle los cuadros que me envió con su amiga la gallina, y pedirle por qué no, si no quisiera finalmente darme alas para remontar vuelo. Pero, y esto es por lo que le escribo, si no lo veo nunca más le pido que no me olvide, y si vuelve por aquí deme un abrazo así lo reconozco.Que esté feliz,cariños, Olivia.
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Texto agregado el 27-03-2007, y leído por 117
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