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El padre.
No conocí su pasado hasta mucho después de acabada la dictadura. Nunca hablaba de su trabajo, y siempre sonreía o hacía bromas. Le gustaba que nos disfrazáramos, y contarnos lindos cuentos a luz de una hoguera. ¡Era mi papito!
Cuando estaba enferma, estaba ahí. Cuando lloraba me consolaba, cuando me divorcie me apoyo, siempre estuvo ahí.
El nunca lo dijo, y yo me entere mucho después de que todo hubiera ocurrido. No se que me da más bronca, el no haberlo sospechado o que siempre fuera bueno conmigo. Mi papito fue un torturador de los que hacían la picana y todo eso; de los que golpeaban y asesinaban tras brutales interrogatorios.
Cuando lo descubrí y le increpe por su pasado, el no respondió, ni negó. Cuando le llevaron preso no quise visitarlo. Cuando ya mayor, amnistiado y enfermo, vino a visitarme seguía sin poder perdonarle.
Yo creí que los torturadores eran monstruos, y el era mi papito, algo que obviamente le hacia si quiera más monstruoso.
Hoy cargo en mi conciencia; muertos de mi papito, no sé porque pero me siento culpable; esta lacra como el ADN pasa de padres a hijos.
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Texto agregado el 27-03-2007, y leído por 131
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Lectores Opinan |
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27-03-2007 |
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brillante tu escrito, y una verdad tremenda. Los torturadores nunca dejan de serlo. Un abrazo marfunebrero |
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