Un nuevo día en casa de los Bofill.
Pese a ser domingo siguen los mismos patrones habituales de disciplina. El primero en activarse és el señor Bofill, quien, como es costumbre, se dirige de inmediato a la puerta de la casa a recojer su periódico dominical, dando un pequeño rodeo para no despertar al elefante que duerme aun en medio del salon. Lleva años obviandolo, por lo que siempre es mejor no darle mucha guerra, sobre todo mientras duerme.
La señora bofill ha tardado algo más en dejar la cama, pero su actividad requiere mucho más esmero y pronto se entrega a ella sin vacilar. Al igual que su marido, la señora Bofill camina sigilosa entre las grandes patas del paquidermo, pero procura no alejarse mucho de la trompa mientras se instala en la cocina. La respiración pausada del monstruo le hace una especie de cosquillas en la ingle, por debajo de la falda, y a pesar de que sabe que eso no está bien, muy a menudo decide aparentar normalidad mientras se regocija de su pequeña maldad. Calienta la sartén donde freirá los huevos y el bacon, prepara café, tostadas con mermelada, y todo lo necesario para obtener un desayuno sano y nutririvo. Lo leyó una vez en una de sus revistas favoritas y, por supuesto, no dudó de su veracidad.
El señor Bofill se sienta en SU sofa. Al señor Bofill le gusta considerarse un hombre de hábitos. De Buenos hábitos. Y uno de ellos es el siguiente: En primer lugar dar un vistazo rápido al suplemento dominical, que no suele decir nada interesante pese a que a su mujer le fascina, pero que le ayuda a despertar el intelecto de forma más suave que si empezase, por ejemplo con las notícias de politica internacional. Tras esto se lo lleva a la señora Bofill que sigue trasteando en la cocina, aprovechando el viaje para besarla en la mejilla y desearle buenos dias. Finalmente se sienta, sumergiéndose durante aproximadamente una hora y media en la lectura de su periódico. De pe a pa.
La señora Bofill sabe que no debe molestarle durante su lectura, pero pese a todo se le permiten algunas licencias, como por ejemplo comentar con sorpresa el elegantísimo vestido que llevaba la ministra en tal fiesta, o sugerir la receta que trae hoy la sección de “Comida Sana”. Al ser algo así como pensamientos en voz alta no requieren de la atención de su marido, que puede responder con un simple “mmhm” dejándola a ella más que satisfecha.
En media hora, la señora Bofill da por concluida su sesion de lectura, ya que, habiendo dado cuenta de su desayuno y tras permitirse unos minutos de relax sin más que hacer que distraerse con su revista, va siendo hora ya de despertar a su hijo. Su marido aun tiene para un rato, pero para cuando este levante los ojos de su periodico, el joven Bofill deberá estar ya en el salon, desayunado y con buena cara, algo cada vez más difícil últimamente. Dios sabe qué andarán haciendo él y sus amigos los fines de semana… no le hace ninguna gracia el estado en que suele encontrarse los domingos, y a su marido mucho menos, de manera que, con una constancia admirable, dedica gran parte de la ventaja temporal que le ha dado el suplemento a transformar a su hijo en persona antes de las 11:30.
Y ahí lo tenemos ya, sentado en la mesa como un palmito, con un desayuno algo más reducido dado que ya falta menos para la hora de comer.Y junto a él, el elefante, que ya a abierto los ojos y se acerca perezosamente a la mesa olisqueando los restos que quedan en el mantel. Llega justo al tiempo en que el señor Bofill cierra el periódico, lo deja sobre la mesita supletoria, y frotándose los ojos por debajo de las gafas da los buenos días a su hijo, interesándose de paso por su actividad nocturna con un simple “¿qué tal anoche?”. En este caso és el mismo señor Bofill quien recurre a la retórica. No tiene el más mínimo interés en que el joven le responda, y de hecho está convencido de que no hizo nada bueno, pero sabe bién cómo educar a un hijo, y no piensa darle ningún protagonismo a sus pueriles llamadas de atención. Y mucho menos a ese elefante suyo. ¡Qué barbaridad! Ni el señor ni la señora Bofill dejan quebrantar su equilibrio así como así, y por supuesto eso obliga en ocasiones a hacer la vista gorda, los oidos sordos, y todo lo que sea necesario para que la paz siga imperturbable.
En cualquier caso el joven Bofill tampoco piensa decir mucho. Podría decirle a su padre que la noche anterior se puso de crac hasta las cejas, que violó a dos monjas, y que incendió un colegio con todos los niños dentro. La reacción sería la misma.
Por desgracia, el joven no parece sentirse cómodo en esa situación, y está decidido a arruinarles el dia evidenciando el enorme elefante que ha ido creciendo en el salon de su lujosa casa.
Muebles de ébano, relojes del siglo pasado, alfombras turcas, lujosa vitrinas llenas de copas del mejor cristal de bohemia, ni siquiera el Señor Bigotes, un persa que les da continuas alegrias en los concursos de animales y que, excepto cuando tiene que hacer sus necesidades, es uno más de los elementos decorativos de la casa de los Bofill. Ni siquiera éste, como decía, podrá seguir disimulando, tergiversando la verdad como han hecho hasta ahora. El elefante ha crecido y está furioso.
No ha terminado aun su desayuno, pero la emoción cierra su apetito. Lo hará esta noche, antes de la cena. Salvará a sus padres. Les devolverá a la vida.
El señor Bofill, que obviamente se ha percatado de la ausencia mental de su hijo, le hace volver a la realidad evitando que se pierda en sus fantasias. Las carreras de motos siempre les han gustado a ambos, y los domingos es un buen dia para compartir ese tipo de actividad con su vástago.
Al joven, en cambio, no le traen de vuelta a la realidad. Cada domingo desde que tiene uso de razon, y exceptuando aquellos en los que la familia decide salir de su rutina e ir al campo, o a visitar algun museo…cada domingo se ha sentado junto a su padre y su hermano para ver las carreras de motos, lo que le da cierto automatismo al hecho y no requiere ningun tipo de atención especial por su parte. Ha aprendido mucho de su padre a lo largo de estos dieciocho años y sabe como funciona el piloto automático. Es tan sencillo…
Mientras tanto la señora Bofill está ya de nuevo entre los fogones. El joven no puede evitar sentir ciérta lástima. Recuerda las veces que ha intentado sacarla de esa miserable tarea de esposaymadrealavez, pero ella fue programada para eso y así seguira hasta que alguien la haga entrar en razón. Alguien como él.
El berrido del elefante le pone los pelos de punta, olvidando a su madre y ensimismándolo de nuevo.
Mientras la señora Bofill prepara, como es costumbre, el plato estrella de los domingos: canelones. Hoy viene su hijo mayor y su nuera, la hija de un tal señor Martínez, dentista. Es dos años mayor que su hijo y viene de buena familia, supone la señora Bofill, convencida de que los dentistas ganan mucho dinero. Hace unos meses que se independizaron y empezaron a compartir piso en el centro de la ciudad. Un cuchitril de esos que les gustan a los jóvenes. Pero a pesar de eso nunca…bueno, casi nunca han faltado a su cita de los domingos. Sabe que su hijo dejaría cualquier cosa por los canelones de su madre. Tal vez incluso a la novia. Algún día preparará los mejores canelones que haya hecho jamás y hará escoger a su hijo entre ambos. No está muy convencida de su victoria, por lo que que ha ido aplazando el reto domingo tras domingo.
A su marido tampoco le gusta demasiado. Al fin y al cabo, por más hija de dentista que sea se apellida Martinez, y para colmo viene del sur. Está convencida de que si hubiesen tenido alguna hija y ésta se hubiese presentado en casa con un elemento semejante, al señor Bofill le habría faltado tiempo para sacarlo de casa a trompicones. Pero claro, no es el novio de su hija, sino la novia de su hijo, y esta minúscula diferencia léxica marca una gran diferencia en la cabeza de su marido. Eso y un par de tetas.
Hay que aclarar que la señora Bofill es una Señora con mayusculas, con unos modales de admirar, pero en ocasiones pensamientos subidos de tono, como este de las tetas, se cuelan en su cabeza, y no puede evitar ruborizarse. La hacen sentir viva, aunque solo sea porque el corazon le late un poquito más a prisa.
Y en esta tesitura, con una leve sonrisa y colorada como un tomate, continua la señora Bofill en su tarea de domingo.
Mientras, los hombres de la casa siguen frente a la tele. Las motos han dado paso a los coches pero al señor Bofill no le importa lo mas mínimo pasar de dos ruedas a cuatro. En cuanto al joven hace ya rato que no presta atención a la tele, ni siquiera por aparentar, y se dedica a alimentar al elefante más aun de lo que ya lo hacen sus padres. Cuando anochezca deberá estar bien cebado, como requiere la ocasión.
Cada uno a lo suyo pues, durante aproximadamente una hora.
Finalmente llaman a la puerta y el joven deja su tarea para recibir a los invitados. Plantados en la puerta, desgarbados como solo ellos pueden ser, aparecen su hermano y la novia. No entiende por qué a sus padres no les cae bien ella. A pesar de sus raices cabría pensar que ha sido educada entre los Bofill. Mantiene siempre la compostrura. Pase lo que pase. Siempre.
El hijo mayor retoma rápidamente las costumbres de la que fue su casa y saluda a su padre con la consabida retórica, y a su madre con un beso de consolación aprendido también del padre. Esto a cambio de los canelones, dice el beso.
A pesar de haber tenido los mismos padres, el joven Bofill ha conseguido salvarse de la lobotomía familiar, de la que su hermano mayor no ha salido tan librado. No hay más que ver cómo disfruta ahora de su padre, sentándose junto a él y soltando animadas onomatopeyas en la recta final de la carrera de coches.
Cuando acaba ambos se interesan por la vida del otro al estilo de los Bofill, y en menos de diez segundos ya se han puesto al dia.
La señora Bofill anuncia la inminente llegada de los canelones y la muy improbable futura yerna empieza a poner la mesa, ayudada por el hijo menor. El padre lo mira de reojo con resignación. Cada uno a lo suyo, hijo mio, parece decir con su mirada. Finalmente todo está a punto y los cinco se sientan a comer.
Durante la comida se habla poco, lo que permite al joven Bofill retomar sus pensamientos. El padre y el hijo mayor comen en silencio escuchando las noticias y la madre mira al plato mientras escanea a la desaliñada forastera con ese tercer ojo que tienen todas las madres. Ganarán mis canelones, piensa. Para gozo de su orgullo el hijo mayor se hace querer aun más, comentando lo buenísimos que estaban y retando a su novia a aprender a hacerlos. Ya te daré la receta algun dia, dice la señora Bofill con una sonrisa afiladísima.
Y así, entre felinas sonrisas y puñaladas rebañan todos sus platos y llega el simposio, acompañado del café. Esta vez, cuando la joven se dispone a ganar algun punto fregando los platos ya no puede contar con ayuda, ya que el hermano menor ha sido secuestrado por el señor Bofill impidiendo a toda costa que su hijo se le vaya a afeminar.
Dadas las circunstancias, conocidas ya por todos ellos, la sobremesa es de una brevedad asombrosa. Cuando la cocina está ya recogida el hermano mayor comenta que deben irse, que han de encontrarse con unos amigos. Del mismo modo que antes, hubiese podido decir que están deseando follar como posesos hasta quedar sin aliento, pero el primogénito no tiene maldad alguna y está ya tan metido en su papel que ni se pregunta si le han escuchado antes de responderle el “mhmm” pertinente..
Hasta la próxima. Adios, adios…y se van.
La casa de los Bofill vuelve de nuevo a la calma. El matrimonio se sienta en el sofá. Esta vez es ella la que elige el canal. La pelicula más lacrimógena que encuentre servirá para amenizar la tarde de domingo, mientras el señor Bofill aprovecha el despropósito televisivo para echar una cabezada.
El joven Bofill, mientras tanto, ultima los detalles de su paquidérmico plan.
Sube a su habitación y lo prepara todo. Vacia su armario y deja toda su ropa doblada sobre la cama. Ordena su escritorio, se desnuda y deja la ropa sucia en la lavadora. Mea, caga y se ducha con toda la calma del mundo. A estas alturas el elefante puede esperar unos minutos más.
Para cuando sale de la ducha ya son las siete de la tarde y ha oscurecido. Las tardes de domingo siempre le han parecido extremadamente melancólicas, pero esa tiene algo de especial. Algo emocionante… Desnudo aun se sienta frente al escritorio y apunta en un papel: “despertad”. Lo dobla y escribe por encima “a los Bofill”. El ruido del elefante se está volviendo ensordecedor. Resopla y camina inquieto de un lado a otro de la habitación. Tranquilo, piensa el joven Bofill, pronto te van a ver.
Abre el cajón de su escritorio y saca el arma.
Por precaución, y también por darle menos trabajo a su madre, decide volver a la ducha. Lo pondrá todo perdido y las baldosas son mucho más fáciles de limpiar que la madera y, por supuesto, que las sábanas. Su corazón late con fuerza mientras entra en la ducha. Es lo más emocionante que ha hecho en la vida. Este pensamiento le planta una sonrisa en los labios, y asi, sonriendo, se mira al espejo mientras mete el cañon en su boca. Los temores de su padre se han hecho realidad y parece que, después de todo, si que se ha afeminado el joven Bofill. El cañón en su boca le produce una erección tremenda. Este es tu momento, señor elefante. Aprovéchalo!
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Un nuevo día en casa de los Bofill.
Pese a ser domingo siguen los mismos patrones habituales de disciplina. El primero en activarse és el señor Bofill. La señora Bofill ha tardado algo más en dejar la cama, pero su actividad requiere mucho esmero y se entrega a ella sin vacilar.
El señor Bofill se sienta en SU sofa. Da un vistazo rápido al suplemento dominical y se lo lleva a la señora Bofill que está trasteando en la cocina. Finalmente vuelve a su sofa y llora.
En medio minuto la señora Bofill da por concluida su sesion de lectura, va siendo hora ya de despertar a su hijo y desearia poder hacerlo. Se apoya en el marmol y llora.
El joven Bofill hace ya una semana que no ha vuelto ha despertarse, pero desde algun lugar remoto observa a la que fue su familia y reza por ellos, a lomos de un magnifico elefante.
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