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En esa fuente acrisolada del parque, los niños beben agua que corre por sus rodillas de infantes. Por el oeste las cunas vacías de las estrellas esperan la noche. Por el este un visitante solar viene a saciar su sed en la fuente.

El maná fluye, inconmensurable, acuífero, celestial.

Un rayo de sol se abalanza en la vorágine húmeda, se hunde en las ubres que anhelan su sed y diminutas olas le abrazan. El agua, revolviéndose, se santigua en magnético beso.

Un ángel se descubre a sí mismo anegado de agua, en un lugar desconocido y decide caminar para siempre entre los mortales.


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Bilbao, 2003 ®-I.B.R.