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Inicio / Cuenteros Locales / lucgar1 / La carrera de las elecciones (Capitulo II)

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En el lugar habían colocado una escalera, simulando un podio o algo parecido para realizar la entrega de premios.
Yo me ubiqué sobre el último escalón como para ser visto por todos los presentes, y pedí silencio.

- Silencio por favor. – Dije en voz alta – Su atención por favor.

De a poco todos se fueron callando y giraron la cabeza en dirección a donde estaba parado.

- Escuchen por favor, - y el silencio fue absoluto. – lo que tengo para decirles es muy importante, - todos escuchaban atentamente – necesito hablar con los competidores.

- Dale, hablá de una vez. – gritó uno desde la multitud.

- Invito a todos los que se esforzaron en esta broma que nos tendieron los del gobierno, a que nos reunamos en algún lugar donde podamos hablar más tranquilamente. – dije.

- Yo propongo que nos juntemos en mi casa. – dijo Nikita para asombro mío.

- Me parece bien, - asentí - ¿qué les parece en dos horas?.

- Muy bien – dijo el mismo que me había apurado anteriormente – en dos horas estará bien.

Todos despejaron el área antes que los organizadores comenzaran la ceremonia de entrega de premios. Nikita y yo nos fuimos caminando hasta se casa con el motivo de acomodar la sala para recibir a los participantes.

- ¿Por qué estás tan disgustado, Patricio? – me preguntó Nikita mientras caminábamos.

- Lo que sucede es que se han reído de nosotros – respondí y le expliqué todo lo que había pasado en la carrera. Ella escuchaba atentamente cada palabra y me miraba la boca.

- ¿Por qué me mirás la boca de esa manera? – pregunté, tocándome los labios pensando que tenía algo raro en ellos.

- Me llama la atención como movés los labios cuando hablás. – contestó sin dejar de mirarme.

- ¿Qué tienen de raro mis labios? – dije con miedo de escuchar una respuesta que me desagrade.

- Nada, no tienen nada raro – contestó con una sonrisa más bonita que la que había visto durante la carrera – solo me llaman la atención como se mueven cuando hablás. Me gusta, nada más. – y se volvió a sonrojar como esa tarde.

- ¿Te gusta mi boca? – pregunté y sin esperar respuesta, continué – a mi me gusta mucho la tuya – y acerqué mis labios lentamente a los suyos.

- No – me dijo e interpuso su mano suave entre nuestras bocas.

- Perdoname – fue lo único que se me ocurrió decir luego de la vergüenza que había pasado. – No lo tomes a mal.

- No tengas miedo, no lo tomo a mal, solo que me parece demasiado pronto para esto. – dijo y me abrazó.

Yo la abracé también y agradecí no haber arruinado todo.
Llegamos a su casa y me invitó a pasar. Entramos por un comedor muy amplio, había una mesa grande rodeada por sillas a los costados y sillones en las cabeceras. El piso estaba cubierto por una alfombra color azul. Sobre una de las paredes había un hogar y sobre él unos adornos orientales que, me contó, había traído su abuelo desde Japón.

- Vení por acá. – me dijo invitándome a que la siguiera.

Pasamos a la cocina. Nunca había visto algo tan hermoso. No era para nada lujosa, al contrario, era muy sencilla, pero muy bonita. Era espaciosa, con una mesada en el centro, con una cocina en la que se podía elaborar las comidas desde ambos lados, y sobre la mesada había una alacena desde donde colgaban las ollas y sartenes, como así también las copas.
Mientras miraba anonadado todo lo que me rodeaba, escuché que Nikita me hablaba.

- ¿Qué te parece si comenzamos a preparar la sal, antes que lleguen los demás?

- Tenés rezón, vamos. Pero antes, por favor, invitame un poco de agua. Me muero de sed.

- ¡Oh! Disculpame, no estoy acostumbrada a recibir visitas, no soy buena anfitriona. – se disculpó.

Luego de saciar mi sed, pasamos a un salón enorme, parecía un salón de fiestas sin decorar.

- ¿Cuántas personas vendrán a la reunión? – preguntó Nikita – Es para saber si tendremos que armar otra mesa o si con esta será suficiente.

- Creo que con esta mesa larga nos alcanzará, en todo caso, traemos mas sillas y que se sienten donde puedan.

- ¿Qué te parece si preparamos algunas jarras con jugo para servirles a nuestros invitados? – preguntó la hermosa Nikita.

Yo comencé a reír al notar que había dicho “nuestros” invitados, pero en el fondo me hacía sentir muy bien, dado que no molestaríamos como imaginé, ya que ella nos había invitado.

- Me parece una gran idea.- contesté y le tomé la mano para ir juntos hasta la cocina.

Ella sacó cinco jarras de vidrio del mueble que estaba en el centro de la cocina, mientras yo buscaba hielo en el freezer.
Preparamos algunas jarras con jugo de naranja y otras con jugo de pomelo.

- ¿Deberíamos preparar algunos bocadillos para que coman nuestros invitados? – dijo, mostrando su servicial corazón.

- No, me parece mucho – contesté – sólo es una reunión para hablar de lo que podemos hacer para vengarnos de los organizadores de la competencia.

- Pero igual, yo creo… - dijo.

- No, preciosa – interrumpí – así estará bien. En todo caso si querés preparar comida, esperá que todos se vayan y cocinas algo para nosotros. – le dije tirándome de cabeza a la pileta.

- Como vos quieras – me contestó y me dio un beso que no pude disfrutar porque me tomó de sorpresa.

Justo cuando estaba por besarla de nuevo y así poder sentir su boca contra la mía, sonó el timbre de la puerta de calle.
Nikita abrió la puerta y los invitó a pasar a la sala que habíamos preparado para la reunión.

- ¿Ya estamos todos presentes? – pregunté - ¿Ya podemos comenzar?

- Faltan dos o tres – dijo Diego – pero empecemos antes que se haga demasiado tarde.

- ¿Ustedes están de acuerdo? – pregunté dirigiéndome al resto de los presentes.

- Si, está bien. – contestaron en masa.

Mientras Nikita repartía jugos a nuestros amigos, nosotros continuábamos dialogando.

- Pero que mierda podemos hacer – dijo Ricardo con su manera de expresarse tan particular.

- Para eso nos hemos reunido. – dijo José Luis, un tipo de unos treinta y cinco años de edad, morocho, alto y de espaldas anchas que se dedicaba profesionalmente a los deportes de alto riesgo.

- Yo propongo que los vayamos a buscar y les cortemos las bolas – dijo Ricardo.

- No, no es tan así – le dije – por un lado está bien lo que decís, tenemos que identificarlos uno por uno, pero no les cortaremos nada.

- Y entonces, ¿para que los vamos a identificar si no les vamos a hacer nada? – preguntó Ricardo sin entender.

- ¿Qué es exactamente lo que propones? – me preguntó José Luis.

- Propongo que los juntemos a todos para que luego nos podamos divertir nosotros a costillas de ellos. – contesté y me serví un poco de jugo de pomelo.

- Y bueno, les cortamos las bolas. – insistió Ricardo.

- No, hay muchas cosas que podemos hacer para reírnos de ellos – dijo Diego – sin tener que cortarles las pelotas.

- Pero, ¿como cuáles? – preguntó Ricardo sin imaginar ninguna.

- Por ejemplo – dijo José Luis – podemos reunir a todo el pueblo, atarlos en el centro de la plaza principal y embarrarlos, lanzarles huevos y harina, y muchas cosas más.

- Eso me parece divertido – dije aceptando la idea de José Luis.

- ¡Que bueno!, también podemos mearlos. – dijo Ricardo y todos comenzaron a reírse a carcajadas. - ¿De qué se ríen? ¿Por qué no se puede hacer si es divertido?

- No Ricardo, eso no se puede hacer. Si intentamos hacer algo así, terminaremos todos en el calabozo. – expliqué.

- Bueno, está bien. – dijo Ricardo resignado – Pero sería más divertido mearlos. – agregó queriendo tener la última palabra.

- También sería lindo cortarles el cabello – agregó Diego.

- Pero esos hijos de la gran puta merecen sentir algo de dolor – dijo Ricardo indignado.

- No hace falta que sientan dolor físico – le dije tratando de ser convincente – sufrirán mucho más siendo humillados, viendo como todo el pueblo se ríe de ellos.

- Bueno, estoy de acuerdo – dijo Ricardo - ¿alguien tiene algo más que decir? – preguntó a los presentes.
El silencio significó la aceptación de todos.

- Tendremos que organizarnos para investigar quienes fueron los chistosos que nos jugaron tan sucio. – dijo Diego.

- Si me permiten – interrumpió Nikita – yo propongo que cada uno investigue por su cuenta y que en una semana nos volvamos a reunir aquí.

- Me parece bien – asentí - ¿a ustedes que les parece la idea?

- Sí, está bien – contestó José Luis – creo que será lo más conveniente.

- Bueno, hasta el próximo lunes a las diecinueve horas, en este mismo lugar. – dijo Diego despidiéndose.

Con Nikita los acompañamos hasta la puerta de calle, nos despedimos y entramos.

- Estoy en deuda contigo. – me dijo sonriendo.

- ¿Por qué? No te comprendo.- le respondí.

- Te debo la comida.

- Permitime que te ayude a cocinar.

Comimos bajo la luz de las velas y luego hicimos el amor.

Texto agregado el 26-03-2007, y leído por 190 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
19-05-2009 me gustó el final de la historia... ese es un final feliz. Calvita
31-03-2008 Muy buena la reunión para la planificación de la venganza contra los organizadores. También me gustó las ocurrencias de las propuestas de cómo se van a vengar, sobre todo la de Ricardo (ja, ja, ja). Me encantó la parte sentimental que ya se empezó a incluir en este capítulo. Así que seguiremos hasta el final. Parece que se avecina una tormeneta, y de las grandes. Un beso Sofiama
04-04-2007 interesante en verdad, con un final inesperado, muy bueno Mewpher
04-04-2007 Me gustó- RocioNoboa
28-03-2007 muy bien, me gusta como sigue la historia. doctora
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