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Cuatro Puntas.

Marcelo dejó caer su cabeza contra el volante, nervioso. Juntó sus manos como si estuviera rezando, y suspiró. Sudorosas. Mojadas, inclusive. Sus manos estaban… Habían estado metidos en el carro desde hacía ya siete minutos. En unos segundos, Diego y Gabriel saldrían de la tienda, y ya. Listo. Trató de concentrarse en el dinero, y de como lo usaría. De la nueva televisión que iba a comprar, de como se verían las piernas de las gringas del setenta-y-cuatro en la lisa superficie de uno de esos televisores de pantalla plana. Pensó en como necesitaba el dinero, y de— Se lo había estado repitiendo en la cabeza por casi media hora, y cada minuto que pasaba, comenzaba a sonar más, y más estúpido: Entrar, y salir. Entrar, y salir. Entrar, y... Es decir, ya, el de la caja no te va a dar ningún problema. O sea, ni cagando, ¿con lo que le va a dar el seguro? Hasta te agradece. Y, ¿quién va a siquiera pensar en jugar ‘Quien tiene el pene más grande’ con una maldita escopeta al frente suyo? No hay forma. No habría violencia. No habría nada. Solo tendría que manejar el carro, nada complicado, solo mirar de frente, y apretar el— Sintió, de repente, agua helada correr, serpentina, desde la base de su cuello hasta llegar a su espalda. Era sudor. Cerró los ojos, y se imaginó el campo. A Marcelo Ribas le encantaba el campo.

19:57. Ya estoy en mi tercera Pilsen, y recién nos están trayendo la comida, cuando Diego, por fin, me decide contar lo de Rudy.
-No puede.
-¿Cómo que no puede?- pregunto, mientras dejo el vaso medio vacío de cerveza al frente mío, golpeándolo contra la mesa. Diego, el imbécil, salta con inquietud. Fernanda está sentada encima de él, y lo mira, lo juro por Dios, haciéndose la molesta, antes de sonreírle, y darle un besito en el cachete. La muy cochina. Sócrates ni nos está escuchando, dividiendo su concentración entre el plato de ceviche que le acaban de poner en la mesa, y el partido de fútbol que están pasando en la televisión. Debería estar atento, por que esto le concierne a él. Nos concierne a todos. Necesitamos a Rudy. Es decir, mira a Diego. Dos horas antes de la mierda, y está jugando a sumergir su submarino en Fernandita, yendo al baño cada cinco minutos. Necesitamos personas que se manejen bien, y Rudy, aunque sea un aguado, y todo lo que quieras, francamente, se maneja bien. Y, ¿quién? ¿Sócrates? Sócrates es un puto comodín porque lo único que hace es quedarse en el maldito carro, y esperar. Creo que hasta ni ha disparado un arma. Ni una sola vez. Sólo lo llevamos porque la lacra de mierda no hace más que seguirnos a todos lados, y no pudo evitar escuchar del buen capital que el plan iba a traer. Le dije, huevón, ni jugando. Esto es un trabajo de tres. No necesitamos a más puntas adentro. Pero El Gordo me convenció. Sabrá Dios como lo hizo. De todos nosotros, Diego es el que más le da bola. –La mierda es en dos horas, Gordo, ¿cómo que no puede?
Diego se rasca la nariz, moviendo la cabeza.
-Ya sé, huevón, o sea, eso le dije, ¿no es cierto, Fer? Se lo dije. ¿Ves? O sea… Como que, cuando me enteré, le dije, ¿no?
-Le dijiste: ¿qué?
-Todo, pues. Eso. Le dije que… se jodiera, ¿no? Porque habíamos estado planeando esto por cuchucientos años, y… como que, lo necesitábamos, y él se había, tipo que, comprometido, ¿ya? Y él, como que, no. Que se la estábamos viendo, y, o sea, no sé que tanta huevada, pero— ¡que se joda! O sea, qué carajo, ¿verdad? Nos dio su palabra, ¿no?
Tiene los ojos rojos. Y han estado yendo al baño a cada rato. Y en dos horas vamos a robar una tienda. Y Fernanda, la muy cochina, la muy guarra, me sonríe, nerviosa. Y su nariz está hinchada, roja: sangre. Tiene sangre en la nariz.

22:29. La espera fue lo peor, huevón. O sea, cuando la cosa se pone fea, y ves la sangre, y tienes que correr, y todo… Compadre, esos son reflejos. Mitad de eso lo hace el cuerpo solo, ¿no? Adrenalina, y esas cosas. Pero la espera es lo que te mata, te juro, por que, tipo, es cuando sabes que algo va a salir mal, cuando estás requeteseguro que todo se va ir a la mierda, pero, como que, ¿no sabes exactamente qué va a pasar? Lo único que puedes hacer, compadre, es sentarte, y esperar. Te das cuenta como le afecta eso a la gente, huevón, por que hay algunos que no se dan ni cuenta de lo que está pasando, ¿no? Qué están tan metidos en el juego, que no se dan un tiempito para… No sé, pensarla. Tipo, Gabriel, esa gente, él baja del carro, pistola cargada, ready para matar, y no la piensa dos veces. Ni cuando sale mal, nunca se pone a pensar, ¿ves? Nunca se pone a pensar por qué es que salió mal. En cambio, ¿yo? Yo me preocupo, pues. Y cuando Marcelo coge, y murmura, así, bien bajito, todo sorprendido: -Carajo, ¡Sócrates! Ni siquiera tuve que mirar afuera para saber que estábamos cagados. Y no te miento, Gabriel, el huevón, estaba empapado. Llenito de sangre, corriendo por la calle, hacia el carro, con la escopeta en la mano, o sea, como si le importara un carajo quien lo viese. Y ni siquiera esperó que le abriésemos la puerta, ¿ah? Rompió el vidrio de la ventana con la escopeta, no más, y se metió por ahí. Franco, huevón. Nos fuimos como locos. Cómo locos.

21:46. El arma es una escopeta que Jerson nos consiguió. Dieguito, el Gordo, lleva una pistola que sabe Dios qué será. Es más vieja que la reconchasumadre, y era de su padre, el marino. Solo espero que la puta funcione, porque no creo que asuste mucho a los pobres diablos que nos esperan adentro. Adentro: una pequeña casa de cambio. Normalmente, están más pobres que el carajo, pero hoy es un día especial. Hoy están recibiendo un paquete de billetes nuevos, de esos que tienen los súper-sellos, o lo que sea que tendrán, y los están cambiando por soles antiguos. Esto lo sé por que el maricón de mi primo Andoni decidió conseguirse un trabajo honesto, e irse a trabajar como chofer de una compañía de mensajeros, que también, ocasionalmente, se ocupa de cargamentos de suma importancia, para algunas compañías. Esta era una de esas ocasiones. Si lo hacemos bien, tendremos doce mil soles para cuando salgamos de la tiendita. Después solo nos queda interceptar el camión, y seremos cinco mil soles más ricos. Todo parece ir bien. Lo único que me molesta es el nuevo conductor. El reemplazo de Rudy.
-Ya, ¿han escuchado eso de…? ¿Han visto alguna vez Vale La Pena Soñar?
-¿Cuál? Con esa… Mónica algo, ¿no?
-Sí. Bueno el programa es una copia de uno español, que es básicamente lo mismo, ¿no? Solo que con, tipo que, mil veces más plata— Soñar, Soñar, Soñar, creo que se llamaba, o lo que sea, ¿ya? El punto es que lo cancelaron.
Lo consiguió Sócrates, y eso no me hace sentir muy seguro. Sócrates se rodea de vagos, y maricones. Esos desgraciados que tienen sus Chifitas, o Pescaderías, y que nunca hacen nada para ayudar a la gentilla. Son cabritos. Les enseñas un arma, o le pides que te guarden un paquetito de algo, y se ponen a gritar como locos. Chillan. Y, oye, Sócrates es igualito, ¿ah? Solo que sabe que cuando va a la mierda con nosotros, nunca le va a pasar nada. Sólo por eso se mete al juego. Sólo por nosotros.
-Ya he escuchado esto antes. No puedo creer que… ¿Es la del perro? No seas asqueroso, pues—
-Fernanda, cállate. No cuentes. Lo que pasó es que… Lo cancelaron porque… No…Ya, había una huevona, ¿no? Que escribe un mail al programa, ¿ya? Y quiere conocer a Ricky Martin. Entonces, dice: “Quisiera conocer a Ricky Martin.”
-¿A Ricky Martin? ¿Por qué?
-No sé, pero no tiene nada que ver, o sea que—
-Es un chivo.
Y a este lo veo así, también. No tiene pinta de loco. No tiene pinta de nada. Dicen que se llama Marcelo, y yo no sé. No hay tiempo para quejarse. Será tranquilito, monse, pero aunque sea vino rápido, y sin hacer muchas preguntas. A la hora, de la hora, no creo que perdamos nada usándolo. Ni sabe lo que estamos haciendo, creo. O sea, que sí, tal vez quinientos solcillos de su parte vayan a caer en mi bolsillo, no veo porqué alguien armaría escándalo. Ni tienen que enterarse, ¿no?
-No importa, Gordo, estoy tratando de decir algo— es gracioso, huevón. Estoy tratando de decir algo gracioso.
-No es gracioso, Sócrates.
-¿Cómo no va a ser—? Ya. Ya, me estoy desviando. Mira, el punto es que este programa, lo que hace es meterse a tu casa, y sorprenderte, ¿no? Entonces, encuentran a Ricky Martin, le dicen, ya, esta tipa es una infeliz, y te quiere conocer, y después lo esconden en su armario, y llenan la casa de cámaras escondidas. Y lo que hace la chica es esto: llega a la casa, huevón, deprimida, va al refrigerador, y saca una jarra de mermelada.
-Por la puta madre…
-Se sienta en su sofá. Y, huevón, esto lo están transmitiendo en vivo, ¿ah? O sea, no es inventado, ni nada, hay mil cámaras, y millones de españoles mirando, ¿ya? Y esta huevona coge un poco de mermelada, con una cuchara, y…Y la unta.
Somos cinco en el carro. El que habla es Sócrates, y la que se está haciendo la muy pulcra, cuando lo que hace con Dieguito (quien se ha quedado mirando la ventana como loco por todo el camino, por qué piensa que nos están siguiendo) no se aleja mucho de lo que la señora del cuento está por hacer, es Fernandita, a quien estamos dejando en su casa. El que maneja es el nuevo, Marcelo, quien está tarareando las rimas de una canción que, muy estrepitosamente, los parlantes detrás mío vomitan sobre nosotros. Estoy comenzando a sentir esa cosa en mi estómago. No es bueno.
-¿Cómo que la unta?
-En sus partes, pues. Y, este… después llama a su perro. Y, bueno. La tipa se suicidó una semana después. ¿Y el programa? Lo cancelaron, compadre. En una.

22:24. ¡Paf! Y es como que, el medio de, o sea, lo que es su pecho, huevón, tipo que, explota. Y yo estoy, no sé, como que, ¡no! O sea, la pistola está más vieja que huevo de dinosaurio. No es mi culpa, ¿manyas? Yo pensaba que iba a ser, como que, una bolita de metal, como en las pelas, ¿no? Pero, ahora, el viejo está tirado en el piso, tratando de hablar, y su mano se mueve hacia el revólver, lentamente, y Gabriel, el puto de Gabriel, el muy desgraciado, me empuja a un lado, y se acerca a él. Y me dice, que, ahora si cagaste, Gordo. Y después, ¡bam!, le dispara con la escopeta. Y eso sí que es un disparo porque cabeza, o sea, ya no hay. Y el disparo es tan fuerte, huevón, tan fuerte, que me retumba en la oreja, y es ahí cuando me doy cuenta que está sangrando. Entonces me toco el costado de la cabeza, ¿no? Y: puta madre. No tengo oreja.
Y después me voy para atrás.

20:14. Cuando recibió la llamada, no supo que pensar. Estaba sorprendido, eso sí. Casi nunca veía a Sócrates. Habían sido patas hace tiempo, cuando los dos vivían juntos en el internado, en Callao. Era el más pendejo del lugar. Hacía lo que le diera la gana. Claro, los curas le metían sus biblias hasta por el culo, pero él ni se inmutaba. Marcelo se río, con ganas, mientras frenaba al frente de la luz roja, que resplandecía tenuemente, por encima de su carro. Recordaba que hubo una vez… Uno de los curas había castigado a un montón de la clase, por no querer comer su almuerzo. (mueve su mano hacia la guantera, y saca un paquete de cigarrillos) A Sócrates casi se lo llevan, cuando, así de la nada, gritó: “¡Pero si parecía caca del diablo, eso, pues, hermano!” El cura lo tiró del pescuezo, con furia, haciéndolo saltar de su sitio. ¿Y Sócrates? (trata de coger uno, pero no puede. Está temblando. Marcelo Ribas está temblando) El loco de mierda pateó en la canilla al cura, y se fue corriendo. Cuando cumplió quince, y lo ampayaron masturbándose por el pabellón de las mujeres, lo botaron.
Marcelo, con cuidado, prendió el cigarro que había puesto en su boca. El sabor a mentol lo asqueó, y el humo lo hizo toser. No fumaba muy a menudo, pero necesitaba tranquilizarse. La última vez que hablaron fue hacía unos cuatro meses, en una barra. Antes de eso, no habían hablado por más de seis años. Se encontraron, chuparon un roncito, y después dijeron que se llamarían algún día. Dios santo. ¿Que carajo estaba haciendo? Pensó en regresar a su casa, y esconderse. No estaba hecho para estas cosas. Era flaco (“unas semanas sin comer, y desapareces,” le habían dicho, burlones, en alguna ocasión), y por todos lados además. Sus brazos. Sus brazos eran diminutos. Y sus piernas parecían palos. No podía correr, ¿como esperasen que corriese? Es más—al carajo con correr, ¿qué tan fuerte iba a poder hundir su pie contra el acelerador antes de que se quiebre?
Se imagino un fideo. Un mondadientes. Un pedazo de paja.
Y se imaginó a Sócrates rompiendo cada uno de ellos.

22:31. Estoy tratando de pensar, y estoy tratando lo más fuerte que puedo, y tengo lágrimas en mis ojos, y mi cerebro está ardiendo, y todos me están gritando, y estoy tratando de pensar, pero los otros dos hijos de puta no me dejan. No me dejan pensar.

22:30. Conchasumadre, me tengo que levantar. Como que, no siento mis piernas, o Dios mío, no siento mis putas piernas, pero, Diego, te tienes que (¡Fernanda!) levantar, la conchadesumadre, te tienes que—

22:31. Alguien me pregunta donde está el dinero, mientras el nuevo, como se llame el desgraciado, arranca el carro. El dinero. ¿Dónde demonios puse el dinero? ¿Qué carajo pasó ahí adentro? Mi polo está rojo. ¿Por qué está mi polo rojo? Y después, una voz grita, suplicante:
-¡Esperen…! ¡Esperen!
-¿Qué carajo…? ¿Diego?
Sócrates mira por el espejo retrovisor, mientras que… Mientras que yo... ¿Diego? ¿Dónde está el Gordo? Me volteo. Alguien está corriendo atrás del carro, desesperado.
-¿Que chucha pasó ahí adentro?
-¡Para el carro!
-¿Que carajo pasó, Gabriel?
-¡Para el carro, mierda!
-¡No! ¡No pares! ¡No pares el carro!- grito, de repente, desesperado. Atrás nuestro, Diego se ha tropezado, y cae de bruces al suelo, exhausto. No puede seguirnos. Y fue su culpa. Estoy seguro que fue su culpa. Marcelo mira sobre su hombro, muerto de miedo, mientras la figura de Diego tirado en el medio de la pista, la cabeza pintada de rojo, se hace más, y más pequeña. –Sólo… vamos. Vamos.
Y Sócrates suelta una risita, frenético, y me dan ganas de pegarle ahí mismo.
-¡Puta madre, compadre! ¡Que locura! ¡Que loco, huevón!

15:22. Fuimos a jugar fútbol, ¿no? Con los de la barra. Gato, y todos esos huevones. Y yo me acabo de levantar, porque ayer Talledo y yo nos metimos tal tranca, compadre, puta, o sea, no hay forma de que te puedas ni imaginar. Pero, que chucha, ¿no? Me vienen a buscar, y me dicen, ¿que me dicen? –Sócrates, la concha de tu mamá, pichanga, y empiezan a tocar la puerta. La empiezan a patear. -¡Pichanga! Yo, por supuesto, estoy, como que, pichanga juega tu madre, ¿no? O sea, me quedé hasta las cuatro de la mañana, chupando secos de Pisco, uno que cuesta nueve lucas, compadre, ¿ya? Nueve míseros cobres. O sea, mi cerebro está… no sé… vomitando. Y mi estómago está vomitando. Y yo estoy durmiendo rodeado vómito. Pero me conoces, huevón. Tu pata Sócrates es bien deportista.
Nos ganaron cuatro, a uno. Me hicieron esto que ves aquí, los desgraciados, lanceándome contra el poste. Para cuando terminó, Gabriel, siempre serio, como él mismo, ya me había venido a buscar.

22:23. Me di cuenta que tenía una pistola solamente cuando la sacó. No fue muy rápido tampoco, la elevó, como si pesara mucho, y apuntó a Diego. Al Gordo. No creo que haya disparado su arma antes, porqué no tensó su brazo al disparar, y el empuje lo sacudió hacia atrás. Solo por eso no le dio en la frente. Le hubiera disparado yo (es decir, estaba detrás de él), pero Diego ya tenía su pistola, esa antigüedad de mierda, apuntada contra el tipo. Jaló el gatillo, y fue, no te miento, como una explosión al frente mío. Me mojó todito. No me di cuenta de eso hasta que llegué al carro.
Después de eso, no me acuerdo. Hubo otro disparo más, creo. Pero no fui yo. Yo no maté a nadie. Estoy seguro de eso. Estoy seguro que fue Diego. Estoy seguro que fue él.

23:58. Marcelo entró al baño, y cerró la puerta detrás de él. Afuera, los gritos de Gabriel retumbaban por toda la casa, escuchados solo por Sócrates, a quien Marcelo había dejado a su merced. Quería que se largasen. Era lo que más quería en todo el mundo. Se sentó en el piso, dejando caer su cuerpo, y apoyó su espalda contra la fría pared de concreto. Se imaginó que la pared era el tronco de un viejo árbol, que había crecido por cientos de años, tranquilo, en el medio de la nada, rodeado por verdes hojas de gras, y hormigas, que caminaban libremente encima de sus manos, ligeras, como acariciándolas. Se imaginó a un pájaro cantar por encima suyo, pero no pudo pensar en nada más que un cuervo. Grande, y negro. Negrísimo.
Marcelo Ribas tragó saliva, y se hecho a llorar.

11:13. Creo que estoy enamorado, huevón, o sea, te juro por mi vida que la amo. Amo cuando me mira, cuando me habla. Amo… como que, todo, huevón, amo todo lo que es ella. Y creo que… Estoy casi seguro que ella también me ama a mí. Tipo que, nunca nos lo hemos dicho, ¿ya? O sea, nunca de verdad. Claro que le he dicho ‘amorcito’, o ‘gordita’, pero nunca la he mirado, y le he dicho: Fernandita, te amo. Creo que se lo voy a decir hoy. Oye, y no es como que, no estoy diciendo cosas que me voy a olvidar mañana, ¿OK? O sea, ¿cómo carajo me voy a olvidar de esto? Es… Mírala. Sólo… mírala. Ya sé que no es tan bonita, ni… Y no es que tenga buen cuerpo, pero… O sea, ahoritita está calata al frente mío, y a mí me parece hermosa. No bonita, ¿ya? Pero es preciosa. Bella. La cosa más hermosa que he visto jamás. Y cuando pienso en lo que acabamos de hacer, y que cuando se levante vamos a estar juntos, y tomaremos desayuno juntos… Ya ni sé. Como que… Te juro por Diosito, a lo franco, que me puedo poner a lloriquear, porque… No sé. Me pongo a sonreír, como un baboso.
Es que estoy… Estoy feliz.

Texto agregado el 26-03-2007, y leído por 287 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-08-2007 disfrute cada palabra de esta narracion me encantaron los detalles las figuras un exelente trabajo ... felicitaciones icarus003
 
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