'La Despedida'

No te necesito, decía el cartel escrito con rojo en la puerta del almacén. Se volvió sobre sí. Buscó qué le podría haber causado aquella ira, pero no encontró una respuesta aparente. Corrió las cortinas y se internó en su búsqueda. Caminó un trecho en el pasillo a oscuras y encendió la luz, estirando la mano hacía un costado. La carnicería olía a carne fresca, a pollo desmenuzado y pescado seco. Una especie de aroma a ritual antiguo con perfume barato a hembra le produjo un picor en la nariz, se la rascó y le vinieron varios estornudos al unísono. Le mareó aquella pestilente mezcla, pero se dejó vencer por el amor al trabajo. Buscó el delantal blanco a estadías de fin de semana en lavandina y polvo de lavar. Aún así las manchas revelaban un traqueteo feroz con las carnes. Se le arrimó Aniceto y le ronroneó unos acordes felinos que trató de acallar con un golpe del cuchillo sobre la mesada. El gato salió dando un brinco cómico en su cojera. Puso música y se le antojó dar unos pasos de tango, se acordó de su Manuela y de cómo hacían ese garabato de piernas cruzadas en la pista y en la cama. Se relamió sus propios bigotes, volvió a relamerse y siguió cortando. Cuando ya tuvo todo realizado se dirigió a la refrigeradora - pieza de donde colgaban las media reces, y vio a su amada que se columpiaba de un gancho desde el cuello con los ojos entornados. Cerró con prolijidad la puerta y continuó la tarea del día. No quería que se le acabase la jornada, ya que ahora no tenía secretaria: la había despedido sin previo aviso.
Se dobló con garbo fatigado frente al exhibidor de mercadería, cortó una parte y la tiró sobre el sartén hirviendo. Bueno querida, suspiro. En unos días terminaré de desmenuzarte el resto.