ENGAÑADA
- Todavía pienso en ella.
Sus palabras fueron directas a mi corazón y a la vez sentí como si me hubieran clavado mil espinas en el vientre. Deseé salir corriendo de allí, olvidar aquella penosa situación, apartar a un lado que él existía y que era parte de mi vida.
No supe reaccionar, era como si aquella frase rompiera todo lo que mas ansiaba con locura. Todos mis propósitos con él, todos lo errores corregidos, todos los recuerdos, los momentos compartidos, los fuleros besos entregados, las caricias, los abrazos…
- No voy a rendirme y te voy a esperar. Piensa lo que quieres y yo lo aceptaré.
- Necesito tiempo. Dos semanas. Tal vez más…
- Sabes que te deseo. Eres lo que más quiero en este mundo, y voy a confiar en que esto tan sólo es una confusión. Estás desconcertado.
Aquel día quise morirme, pero no podía decírselo. Yo soy una persona con mucho carácter y orgullo, y me resulta muy extraño pensar en la manera que me tomé aquello. Mis celos eran tan crueles, que casi le mataba con mis comentarios, ¿Cómo pude tomarme tan bien el saber que la persona que yo consideraba el hombre de mi vida sentía que recordaba a alguien de su pasado? Era como si él me hubiera cambiado mi modo de ser y tan sólo deseara amarle. Mi rabia se congeló. Tal vez no quiso salir porque era tan ignorante como yo. Mi gran confianza en él hizo que siguiera en mi sitio, anhelando el día en el que aquel amor me negaría sus sentimientos ajenos a otra persona. Ese día yo volvería a nacer. Con las mismas lágrimas de un recién nacido que ve por primera vez el mundo, y no sabe lo que va a vivir. Yo sería consciente de que a partir de entonces iba a ser feliz y mis lágrimas serían síntomas de alegría…; Sólo me quedaba esperar.
Los días pasaban tan lentos, que creía desvanecer en el silencio de mi soledad. Pensaba en sus caricias, sus palabras, sus besos… Ni siquiera podía creer que lo que estaba sucediendo era cierto.
Un día me llamó por teléfono, para decirme lo siguiente:
- Sólo te he llamado para que sepas que estoy pensando en ti… - Y colgó.
Mi rostro cambió de inmediato e irremediablemente sonreí. Él era toda mi felicidad y sentía que lo estaba perdiendo.
Compartimos poco tiempo juntos pero fueron muy intensos y únicos en mi vida. Cada día era nuevo para mí, toda una experiencia la cual no quería que terminara. Yo antes había tenido otros amores, pero ninguno me llenó tanto como él. No recuerdo haberlo pasado tan mal.
Estuvimos sin vernos un mes, aunque a mí me pareció mucho más. El día que me levantaba y miraba el cielo, no observaba el mismo color azul, ni escuchaba el sonido de los pájaros… Desde aquel momento, mis días también eran noches.
Casi sin poder creerlo, pasó aquel mes. El amor de mi vida llamó a mi puerta, y lo vi después de cuatro largas semanas.
- Hola. He venido porque no podía aguantar un día más sin verte.
- He deseado tanto que llegara este momento…
Nos fundimos en un largo beso muy apasionado... De cada uno de sus movimientos no quise perderme ni un detalle, así qué, si sus labios rozaban los míos, yo abrazaba su cuerpo. Si él me cogía la mano, yo besaba su cara… Cada segundo era mágico, no quería perder ni uno de ellos.
Aquel día se quedó conmigo. Quiso dormir al lado de la persona que mas le amaba, y fue todo maravilloso. Numerosas caricias nos acompañaron durante toda la noche. Tal y como yo lo había deseado desde que se marchó. Su mirada estaba triste, con ganas de confesar, pero yo ignoré sus nervios y esa necesidad de sincerarse conmigo, e hice que se dejara llevar.
Por la mañana desperté con una sonrisa, pero él ya no estaba ahí. A horas tempranas se había ido, sin decirme un único adiós. Caí en la desesperación, estuve al borde del colapso y sentí de nuevo la necesidad de tocarle, de desearle, de mirarle, de sentir… Aquel día era como si ya nada hubiera ocurrido. ¿Estaría con su antiguo amor, tal vez? ¿Ese en el que piensa a deshoras, cuando no está conmigo? ¿Ese que jamás le hará feliz? Quizás.
No quise salir de mi casa, y pensé que volvería a pedirme perdón por haberme utilizado, por haberse aprovechado, y sobre todo, para admitir que seguía sintiendo lo mismo por mí.
Las horas transcurrían con gran lentitud. Yo mientras le daba tiempo al tiempo, miraba sus fotos, me probaba sus camisas, leía sus poesías, recordaba sus promesas, y colocaba en una balanza nuestros ratos buenos, y las discusiones tan dolorosas… Cuando ya no pude mas, le llamé al móvil. Fue entonces cuando me di cuenta de que de verdad todo fue una farsa. Me había dado besos que ni siquiera sentía, caricias que no deseaba hacerme, y mentiras que había pensado para caer en sus brazos y volver a dejarme. Esa llamada telefónica fue muy triste. Al fondo podía escuchar tales risas que se burlaban de mi insistencia, de mi tolerancia, y mi cabezonería de no querer ver aquella mentira. - ¿Es ella? - Pregunté. Él colgó sin contestarme, y yo después de un fuerte mareo, me desmayé y caí al suelo. No recuerdo cuanto estuve allí tirada, ni siquiera sé si alguien me reanimó y cuando ya consideró que me encontraba dispuesta, me dejó en casa y se marchó. Tal vez pasé por el hospital, o quizás fui yo sola la que me levanté cuando volví a recobrar el conocimiento. Él era tanto para mí, que el sentir que ya no me amaba hacía que poco a poco me consumiera. Era una enfermedad con la que tenía que enfrentarme día tras día. Sin medicamentos que fueran dignos para curar esa herida que se estaba abriendo en mi corazón, y que parecía desangrarme en abundancia…
Estuve un año entero así hasta que un día volvió. Yo con los brazos abiertos lo recibí, y le pregunté:
- ¿Sigues confundido?
Parecía que no podía creerse mis palabras. No esperaba así la bienvenida que le hice, y me contestó diciendo:
- Vengo a hablar contigo.
- Adelante. Pasa y siéntate.
Le costó empezar, pero al final me dijo todo lo que llevaba dentro:
- ¿Recuerdas cuando te dije que pensaba todavía en ella y que luego te aseguré que sólo necesitaba tiempo?
- Sí.
- Pues lo tenía todo muy claro, lo que no sabía era si yo debía decirte que ella y yo tenemos un hijo de casi un año de edad o dejarte sin ninguna explicación. Y aquellas semanas, mientras que supuestamente pensaba en volver o no contigo, las compartí con ella. Y aquel día que vine y me quedé a dormir, ni siquiera sé porqué lo hice. Te engañé. Quizás debería de haberte dicho la verdad, pero me dejé llevar porque después de todo, he sentido en su momento tus caricias, y posiblemente quería probar si todavía era así o si podía conseguir apreciar de nuevo esa necesidad de quererte… Me equivoqué, y también me equivoqué al creer que te amaba de verdad... Tal vez no me perdones nunca. Únicamente venía para esto. Al año que viene me caso con ella, y en parte me duele porque tú también has significado algo en mi vida, aunque haya confundido sentimientos contigo.... Pero en éstas cosas, nunca se sabe… Hoy me toca a mí el ser feliz, probablemente mañana te tocará a ti. Yo te conozco y sé que esto lo vas a superar. Tan sólo me gustaría que trataras de entenderme. Ella ha sido mi primer amor, y es la madre de mi hijo.
- ¿Y qué soy yo para ti?
- Un error.
Después se levantó, y sin ni siquiera mirarme salió por la puerta con la cabeza agachada de avergonzado. Yo pensé que quería hacerse la víctima y darme pena, y que por eso no miró atrás. Era muy duro creer que los días compartidos con él no eran más que tiempo perdido. Que los errores que corregí no sirvieron para nada, pues su querida amada, y madre de su hijo, estaba por encima de todas las cosas.
Aquel día me desengañé del todo con él, aunque la gente me diga que no es cierto. Y tal día como hoy, me dirijo a ti para decirte que has sabido aprovecharte de mis miradas, mis caricias, mi amor, mi sentimiento, mi ingenuidad y mi ignorancia. Siento tanto dolor dentro que ni si quiera me quedan fuerzas para guardarte algún rencor. Y permíteme decirte que todavía te quiero.
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